En una novela cuenta tanto lo que no se dice explícitamente, pero sucede, como los hechos que se narran. Esto exige una gran maestría como la que tiene Susana Fortes con la que nos deleita en su última obra Nada que perder.
Esta narración aborda en profundidad situaciones que muchos de nosotros hemos vivido, aunque no habitemos en una parroquia situada en el rural gallego en las laderas del Monte Santa Tecla cerca de la frontera con Portugal. Quienes residan o lo hayan hecho alguna vez en una aldea conocen la presión que ejerce el colectivo sobre cada uno de los habitantes. Los seres humanos no somos mejores ni peores por estar más cerca o más alejados de la naturaleza, pero es cierto que los ambientes cerrados oprimen.
El pasado mes de enero comentaba, con motivo de la lectura de Un amor de Sara Mesa, que la vida en los pueblos no es tan idílica como se dice. «Cualquier población pequeña se convierte en un microcosmos en el que lo peor y lo mejor de nosotros se aprecia de forma más directa».
De lo que no se habla, no existe
Suceden cosas que no se dicen, pero se saben y son el resultado de una complicidad malsana, que solo se explica por la indefensión que produce destacarse. Hay varios elementos que hacen de Nada que perder una gran novela.
La autora nos implica en una lectura de la que una vez iniciada es difícil desengancharse; aborda una serie de problemas de gran calado social que nos conminan y afectan a todos, aunque se desarrollen en un entorno muy específico. Si hay aldeas abandonadas en las que se impone una ley propia por encima de las que rigen para el conjunto del país es porque nadie se ocupa de ellos.
Antes se decía «están abandonados de la mano de Dios»» En realidad, hay unas instituciones que los han dejado a su suerte porque son pocos, están aislados y faltan medios para proteger los huecos por los que se cuelan las alimañas. Así se impone el miedo, la ley del más fuerte y el silencio.
Llamadas en la madrugada
El ambiente cargado de la aldea donde transcurre la novela de Susana Fortes me recordó el clima de As Bestas, la película de la que hablaba en este blog hace unas semanas. Ambas transcurren en Galicia, pero lo que sucede en una y otra no es privativo de un lugar geográfico.
Mientras leía Nada que perder reviví mi experiencia en un pueblo madrileño a poco más de 50 kilómetros de la capital, en el que descubrí la hostilidad hacia los que veníamos de fuera.
Todos sabían y todos callaban cuando comentabas que te despertaban con llamadas telefónicas a las tres de la madrugada sin que su autor se identificara o pronunciara una sola palabra; mientras, por la respiración que escuchabas al otro lado del auricular, sabías que quien llamaba estaba midiendo cuánto miedo te provocaba.
Desenterrar el pasado
Susana Fortes implica a los lectores en esta novela llena de giros argumentales que van mucho más allá del placer y del entretenimiento que nos procura su lectura. Aborda temas tan diversos como las venganzas soterradas, los malos tratos, la desprotección a la infancia o la proliferación de la semilla de la delincuencia entre quienes no tienen nada que perder porque nada tienen.
La narración va abriéndose en capas como las excavaciones que en las laderas del monte Santa Tecla sacan a la luz un pasado enterado. La protagonista de esta historia también escarba en su memoria para saber lo que no pudo ver o no supo procesar y sobre lo que los demás guardaron silencio.