La cultura compartida crea señas de identidad más fuertes que las adscripciones territoriales o la capacidad económica y el nivel de riqueza de un país. Ese patrimonio común influye en la forma de ser, de pensar o de sentir. Orlando Figes en su ensayo Los europeos demuestra como la cultura utilizó la tecnología y un incipiente capitalismo para ponerlos a su servicio, antes de que el sistema se percatara de las ventajas de ese acervo común y tratara de invertir los papeles.
Este es un libro imprescindible para recordarnos quiénes somos y de dónde venimos. Hace doscientos años, solo una élite, la aristocracia, disfrutaba de la música, del teatro y de la cultura, en general. Una ópera que se estrenaba en París no salía de allí y lo mismo sucedía con otros eventos culturales de otras ciudades.
Nace la cultura de masas
El desarrollo tecnológico, protagonizado por el ferrocarril, cambiaría radicalmente el panorama. Las compañías de París, capital cultural de Europa en esa época, podían llevar sus obras a distintos escenarios. «La cultura europea se convierte en una cultura de masas gracias a la nueva comunicación».
Los empresarios empezaron a ganar dinero con el teatro, la ópera o la edición de libros y los cantantes, artistas y escritores iniciaron la senda para poder vivir de su trabajo. De esta forma ganaron libertad creativa y satisficieron a un público, la burguesía emergente, mucho más amplio.
Incremento de población alfabetizada
Hay otro fenómeno parejo y trascendente: el incremento de la población alfabetizada. La ciudadanía que sabe leer demanda lecturas, lo que supondrá el triunfo de la novela por entregas a partir de 1842.
El primer exponente de este éxito fue Eugene Sue con Los misterios de París y El judío errante,. Quien cosechó los mayores éxitos fue Alejandro Dumas con Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo.
Derechos de autor
La imprenta dio un gran salto con la máquina de cilindros, antecedente de la rotativa. Editar libros resultaba más fácil y se podían abaratar las ediciones de bolsillo.
Surgió la figura del editor y los escritores se profesionalizaron. Francia fue el primer país en establecer los derechos de autor que se extenderían a todos los creadores y a todo el continente.
Un público más diverso, distinto de la nobleza, exigió que el arte y la creación literaria se ocupara de ellos.
Se impone el realismo en la literatura y los dramas humanos con gran despliegue de escenografía y vestuario en la ópera, que tendrá cinco actos y ballet. Estos cambios trajeron sus controversias entre lo que se consideraba música seria y una vulgarización.
Un piano en casa
En las grandes novelas del XIX en las casas burguesas siempre hay un piano, en el que las hijas deleitan las veladas nocturnas de la familia. Las mujeres encontraron en la música una forma socialmente permitida de dar salida a sus aspiraciones artísticas más allá del hogar y la crianza de los hijos que se nos imponía.
La popularización de la luz de gas también contribuyó a que las oscuras noches adquirieran brillo con los conciertos caseros. Esto produjo una gran demanda de adaptaciones para piano de las obras que esas mismas personas habían escuchado en la ópera y proporcionó a los músicos una fuente de ingresos.
De dónde venimos
Mientras leía Los europeos no podía dejar de tomar notas de la intensa revolución cultural que supuso el XIX en el continente y la trascendencia que sigue teniendo actualmente en nuestras señas de identidad europeas.
Además de la reflexión que provoca saber de dónde venimos, el trabajo de Figes tiene la cualidad de hacer más atractiva la lectura de este ensayo al utilizar la biografía de tres personajes y las relaciones que tejieron para guiarnos por toda una época.
Pauline Viardot García, Louis Viardot y Turgueniev
Se trata de Pauline Viardot García, reconocida soprano que triunfó en los principales coliseos de ópera, hija del tenor Manuel García, al que el autor define como el primer cantante profesional, y hermana de María Malibrán; Louis Viardot, periodista, escritor, empresario y gestor cultural, casado con la soprano, y el escritor ruso Iván Turgueniev.
Particularmente, me ilusionó, la casualidad de que en mi última novela para niños, O segredo de Caaveiro, editado por Baía Edicions, traslado a mis jóvenes lectores a esta época y pueden asistir a una representación de El Barbero de Sevilla en la ópera de Londres, realizada por la compañía de Manuel García y en la que intervienen sus dos hijas Pauline y María.
Dos reflexiones
Figes va desgranando sus vidas, encuentros y desencuentros en los que aparecen los grandes escritores, empresarios y músicos del momento. La amena lectura de Los Europeos induce a importantes reflexiones.
Por una parte, nos hace mirar hacia nuestras auténticas señas de identidad, lo que une a gentes tan diferentes como las que conformamos este mosaico de pueblos, lenguas y culturas que es Europa.
Por otra, me hace pensar que la mercantilización de la cultura, que inicialmente contribuyó a dar independencia a los creadores y a difundir sus obras, puede llevar un germen de autodestrucción si olvidamos nuestras señas de identidad, convertimos la literatura en simple producto de consumo y el teatro, la ópera o la música, en meros espectáculos para generar ingresos.