Carmelo Gómez, en el personaje de Pacífico, nos lleva a Las guerras de nuestros antepasados, una lección de Miguel Delibes sobre nuestro pasado y la violencia en que son educados los hombres, un asunto de gran relevancia en el presente.
La sociedad no acepta a quienes no se ajustan a las normas del sistema, expulsa a los diferentes y no tiene piedad con los inocentes. Hay algo de Azarías de Los santos inocentes en este Plácido de Las guerras de nuestros Antepasados, a pesar de que las diferencias entre ambos personajes son evidentes.
Azarías no es consciente de la maldad que le rodea y no sabe defenderse de ella. Pacífico reniega de ella, no se pliega a un destino preconcebido, en el que su hombría solo se demostrará cuando como su bisabuelo, su abuelo y su padre participe en su propia guerra.
Hay dos aspectos fundamentales en La Guerra de nuestros antepasados, que la translación al teatro de la novela recoge fielmente, tanto en la adaptación hecha por el propio Delibes para las representaciones interpretadas por Manuel Galiana y, posteriormente, por José Sacristán, como en la que ahora ha realizado Eduardo Galán .
La educación de nuestros antepasados
El primero es el repaso a la historia de violencia que arrastró España a lo largo del siglo XIX y que desembocó en la cruenta guerra civil del siglo XX.
En esos antepasados reconocemos a ese porcentaje de la población no tan elevado que, situado a un extremo y otro del arco político, no dudó en llevar al país al abismo para dar rienda suelta a su testosterona y a su afán de aplastar a quien no pensara como ellos.
Todos invocan siempre objetivos justos y legítimos para que el fin justifique sus medios.
El segundo es un aspecto al que hasta hace poco no se daba tanta importancia, pero tiene una presencia relevante en la obra de Delibes que lo adelanta a su tiempo. Se trata de la educación inculcada a los hombres que, para hacer valer su condición de tales, han de mostrarse duros, crueles, si es preciso, para que nadie sospeche que puedan albergar sentimientos impropios del estereotipo machista. Desgraciadamente, a pesar de los grandes cambios habidos, este mal pervive.
Por eso, los tipos como Pacífico que se rebelan y no entienden por qué para ser han de tener también su propia guerra, resultan molestos y no encuentran comprensión ni en su familia ni en su pueblo ni en el sistema judicial.
Son amariconados a los que los perversos achacan todas sus perversiones; se les juzga como asesinos, porque matar en la guerra, está bien, pero está mal hacerlo fuera de ella. Nadie se preocupará en saber si Pacífico cometió o no el crimen que se le atribuye. Es un hombre afable que se sale del canon y ese es motivo suficiente para condenarlo.
La belleza del lenguaje de Delibes
El lenguaje de Delibes, su depurada sintaxis castellana y ese vocabulario estudiado y adaptado a la condición de cada uno de sus personajes es otro de los placeres que nos ofrece este clásico de nuestra literatura.
El director Claudio Tolcachir realiza una gran producción, que actualmente podemos ver en el Teatro Bellas Artes –una sala convertida en referente en Madrid de la obra de Delibes –con la inestimable colaboración de los actores Miguel Hermoso, muy acertado en su papel, y Carmelo Gómez, con una interpretación magistral que nos lleva hasta lo más profundo del alma de Pacífico.
Miguel Delibes siempre nos hace mirarnos en el espejo para ver reflejada nuestra imagen y la de nuestros antepasados. Un ejercicio necesario en estos tiempos, en que hay comportamientos que se repiten y mentes que olvidan fácilmente la historia.