El Requiem de Ligueti nos asoma al abismo

Costa Ártabra 1

Un rumor sordo in crescendo anuncia mar de fondo en un día aparentemente plácido. Las voces de los bajos interpretando el Requiem de Ligueti me sitúan al borde del abismo de la costa Ártabra.

 

Tuve esta sensación el pasado 25 de septiembre. David Afkham dirigía en el Auditorio Nacional la Orquesta y Coro Nacionales de España y cantaban los coros de la Comunidad de Madrid y de la Sociedad Coral de Bilbao. Esto fue el preludio, ahora tengo la certeza de que así fue, de los acontecimientos de las semanas sucesivas.

 

La muerte a veces nos ronda y parece querer avisarnos, pero estamos tan embebidos de vida que no sabemos interpretar los signos con que nos va advirtiendo. Previo al concierto, acababa de leer la novela de John Irving, Avenida de los misterios, que publicó en 2008, y había acudido al estreno en las Naves de El español de La voluntad de creer.

 

En la novela y en la obra teatral la muerte es una presencia constante que ronda a los protagonistas. Luego leí unas declaraciones del monje budista Matthieu Ricard, que con motivo de la publicación de su último libro decía que «hay que poder contemplar la muerte para valorar cada instante que pasa. Pensar en la muerte no es macabro, es aferrarse a cada momento».

 

Elegía por mi hermano

 

Disfrutar de la vida sería muy difícil sin ese sentido de finitud. Un pensamiento, fruto de las obras y el concierto mencionados, que me ayudó cuando desgraciadamente tuve que afrontar hace unos días el fallecimiento de mi hermano. La muerte siempre nos sitúa al borde del acantilado.

 

Había escrito algunos de los párrafos de esta entrada del blog antes de que sufriera su pérdida. Sin saber por qué presentía la necesidad de hablar de la muerte. Valoré si era afortunado abordar este asunto en una sociedad que a veces envuelve en tabúes o enmascara con una frivolidad obscena las cuestiones serias de la vida.

 

No sabía cuando empecé a preparar las notas preliminares del concierto, la obra de teatro y la novela que en realidad estaba escribiendo la elegía para mi hermano. Un llanto por sus hijos, sus nietos, sus hermanas, cuñados y sobrinos, que sentimos la pérdida y admiramos a las personas que mueren con tanta dignidad como tuvieron en vida.

 

Ordet

 

Pido disculpas a las lectoras y lectores por la licencia de haber introducido este asunto personal y continúo con las reflexiones sobre la última novela de John Irving, Avenida de los misterios (2015), publicada en España en 2016 por @TusquetsEditor, y el estreno en las Naves de El español de La voluntad de creer. En cartel hasta el 23 de octubre.

 

A pesar de su temática tan distinta, Irving y los personajes de la obra que firma y dirige Pablo @pmessiez transmiten cierta esperanza dentro del rechazo social que sufren.

 

Messiez se inspira en la película Ordet (La palabra) de Carl Theodor Dreyer, aderezando sus textos con una ironía meridional que arranca la sonrisa de los espectadores. Esto hace que el ambiente no llegue a ser asfixiante como sucede en la película danesa de Dreyer, que se basó, a su vez, en la obra teatral del pastor luterano Kaj Munk.

 

Bailar con la muerte

 

El enfoque con que los autores meridionales abordan las cuestiones trascendentes de la existencia los distingue de sus colegas del norte. Sirva el ejemplo mencionado de Ordet o Gritos y susurros y Fanny y Alexander de Bergman, que cuando las vi por primera vez con diecisiete años me provocaron auténtica desazón.

 

Me gustó del trabajo de Messiez su valentía para salir del ensimismamiento y la frivolidad con que la sociedad actual aborda las situaciones complejas. De la misma forma en que lo hace Maite Cabrerizo @kalores67 en su libro de relatos Me viene mal que te mueras, que está teniendo una gran acogida por la singular mirada con que esta autora aborda la pérdida.

 

Crítica feroz

 

John Irving incide en Avenida de los Misterios como en otras novelas en su crítica feroz a las contradicciones de la Iglesia Católica que olvida el mensaje evangélico y la situación de los niños huérfanos condenados a la miseria.

 

De un tono más ácido que Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra, por cuya adaptación, bajo el título de Las normas de la casa de la sidra (1999), Michael Caine ganó el óscar al mejor actor secundario e Irving al mejor guion adaptado, mantiene personajes que actúan de salvavidas para los más desamparados. Disfruté acompañando a Juan Diego, el escritor protagonista de Avenida de los misterios, en su periplo vital por México, Estados Unidos y Filipinas.

 

Tras esta breve ausencia regreso con vosotros complacida por la paz del reencuentro.

Foto: Costa Ártabra (2018)

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