Los vencejos que sobrevuelan el cielo de Madrid al inicio del verano señalan al protagonista de la última novela de @FernandoArambur que ha llegado el momento más trascendente de su existencia, en el que Toni tendrá que elegir entre la vida dada y la vida elegida.
Tras haber puesto el listón tan alto con Patria, Aramburu no lo tenía fácil con lo que publicara a continuación. Sin embargo, con Los vencejos lo ha vuelto a superar y no deja lugar a dudas de que nos encontramos con uno de los grandes escritores de nuestro tiempo. Esta última novela tiene más altura literaria que sus predecesoras, que ya eran muy buenas, aunque posiblemente no llegue a convertirse en el fenómeno social de Patria.
Qué sienten los hombres
La semana pasada hablaba de Punto de cruz de Jasmina Barrera, una novela que aborda la amistad entre mujeres y nos adentra en sus sentimientos. Pues bien, Los vencejos aborda la amistad desde el punto de vista masculino y se adentra en los sentimientos de los hombres, en lo que tantas veces callan y por no dicho se da por no sentido.
Este es uno de los aspectos, y hay muchísimos, que más valoro de esta espléndida novela. Intimista, profunda y clarividente nos lleva hasta el corazón de un hombre que, como la mayoría de ellos, no desvela a nadie sus sentimientos y cuando la angustia lo desborda los vuelca en sus anotaciones diarias que solo conocemos los lectores.
A Toni le sucede lo que a la gran mayoría de los varones, que se muestra incapaz de poner en palabras lo que le duele, les hace felices o admira profundamente, los deseos reprimidos y los cumplidos, fruto de una educación que reserva la expresión pública de la sensibilidad a las mujeres y los asocia a una imagen de debilidad, frente a la fortaleza que ellos desde niños se ven obligados a exhibir.
Los protagonistas masculinos encierran en su corazón tanta rabia como ternura, aunque para descubrir esta última haya que levantar muchas capas y avanzar bastante en la lectura de la novela.
La educación recibida
Conmueve ver las dudas que tiene el protagonista sobre la paternidad y el papel que ha desempeñado en la vida de su hijo. Como tantos y tantos hombres, cuando en la soledad se preguntan si aquella educación de tortazo y autoridad paterna que les dieron era el camino adecuado. Afortunadamente fueron y son muchos los que se negaron a seguir el mal ejemplo de sus padres, rechazaron ese mundo jerarquizado y brutal que les ofrecían para evolucionar, para reclamar, aunque sea de forma silenciosa, su derecho a sentir.
Como todas las grandes novelas, a medida que pasan los días después de leída se va aposentando en nuestra mente y sigue haciéndonos preguntas. No es una novela fácil, aunque se lea muy bien. El amor por la lectura, como cualquier romance, exige entrega y que el lector ponga de su parte y no sea pasivo. Ningún libro se lee al peso y quien así lo piense debería analizar el motivo.
Una novela que se paladea
Su dificultad no radica en sus casi setecientas páginas que no son ningún obstáculo, sino en su profundidad y en la necesidad de trascender al interior de cada personaje –cada uno de ellos tan reales y llenos de vida– frenando la glotonería lectora y el afán de llegar rápidamente al final. Esta novela engancha y hay que paladearla.
Así podremos salvar los prejuicios con que algunos lectores han juzgado al protagonista, al tachar de misógino a un ser humano que sufre en silencio las incomprensiones de su entorno. Un amigo me comentaba que quien eso afirma es que quizás todavía no ha llegado al final.
El retablo multicolor que nos presenta está cargado de historias en las que nosotros o nuestros vecinos y nuestros amigos nos vemos fácilmente retratados. De una forma muy simplista alguien podría decir que retrata al hombre corriente y se equivocaría. El autor nos demuestra la excepcionalidad de cualquier ser humano en cada uno de los personajes que pueblan esta novela.
Madrid, como telón de fondo
También demuestra su conocimiento de Madrid y de los madrileños, la ciudad en que esta vez Aramburu desarrolla su novela. El autor conoce esta ciudad y sus habitantes como si llevara muchos años viviendo en ella.
Agradezco que hable de nosotros sin estereotipos. La gran mayoría de los madrileños tenemos más en común con los personajes de este libro, que con la imagen tópica que dan de nosotros muchas personas que oscila entre pijo, chulo y sainetero. Nada más lejos de la realidad.
Homenaje a los libros
En el camino de desprendimiento que inicia Toni, que tiene tanto de búsqueda de sí mismo, aunque él lo anuncie como una despedida, el autor aprovecha para hacer homenaje a una serie de lecturas que posiblemente han tenido gran influencia sobre él.
Desprenderse de la biblioteca es sinónimo de despedirse de la vida. En nuestros libros está una buena parte de lo que somos. Toni siente la necesidad de liberarse de ataduras, de volar libre como un vencejo y elegir entre la vida recibida y la que él escoge.