Punto de cruz, título de la tercera novela de la escritora mexicana Jasmina Barrera, está escrita con el mimo con que se teje un bordado. Un relato que se construye sobre la urdimbre de la amistad de tres mujeres, en el que se abordan los problemas de anorexia, acoso o violencia que padecen muchas jóvenes.
Me dirigía por la calle Fernando VI a disfrutar de un regalo de cumpleaños de mis hijas, cuando me detuve, nunca puedo resistirlo, ante el escaparate de una librería. En esta ocasión era la Antonio Machado.
La irresistible atracción de las librerías
Desechando los libros ya conocidos y suficientemente publicitados, reparé en esas elecciones que hacen los libreros con autores que, aunque no sean de los más conocidos, han recabado su admiración, de manera que les guardan siempre un lugar en el escaparate. Hacía unos años había experimentado la misma atracción por la Lección de alemán de Siegfried Lenz frente a las vitrinas de la librería Méndez. Otro acierto con un autor que desconocía y con el que quedé deslumbrada.
Parece una obviedad, pero es importante decir que los libreros son aliados naturales de lectores y autores, a los que enseguida tratamos con la familiaridad. Hablo de Marina, de la Librería Cervantes y Compañía o de Patricia, de la Librería Taiga, cuya ayuda como autora y cuyo consejo como lectora, agradezco desde estas páginas.
Aprendizaje de solidaridad y pérdida
Punto de Cruz, editado por Tránsito, es un relato cargado de imágenes poéticas, en el que los recuerdos de la joven que narra la historia se van entrelazando hasta formar un todo. Jasmina Barrera compara la escritura con la labor de punto de cruz constituida por “figuras, cruces que parecen individuales pero que en realidad son una cadena y un solo hilo”.
Dice Antonio Muñoz Molina que esta novela nos revela “ el aprendizaje de la belleza, la solidaridad y la pérdida” en un recorrido que va desde el inicio de la amistad en la época escolar hasta la despedida que supone el viaje que las tres al final de sus estudios universitarios realizan a París. A partir de ahí la existencia de cada una seguirá un decurso diferente, en el que con desigual fortuna se enfrentan a la dureza de la vida.
Jasmina Barrera defiende el bordado como un tiempo de reflexión y de comunicación, que siempre ha formado parte de la vida de las mujeres. Cuando las tres jóvenes protagonistas crecen no abandonan esta actividad que las entronca con sus antecesoras y las proyecta hacia el futuro tan incierto como los diseños que cada una de ellas ejecuta sobre la tela, mientras piensan, charlan, consuelan, discuten, protestan y crecen.
Palabras como puntadas
Al terminar de leer esta novela me acordé de mi amiga Esperanza, una virtuosa de la aguja, y de lo mucho que a mí me tranquiliza bordar. Una labor que siempre hemos hecho y siguen haciendo millones de mujeres, que exige una perseverancia y una minuciosidad muy parecida a la que es necesaria para escribir una novela.
”La tejedora ve su fibra como la poeta su palabra. El hilo siente la mano, como la palabra la lengua. Una palabra está preñada de otras palabras y un hilo contiene otros hilos en su interior”
Cita Jasmine Barreda en su novela estas frases de Cecilia Vicuña, poeta chilena que, además de escribir, también teje, trenza y enlaza hilos y palabras en papel, tela y voz.
Amor por la lengua
Otro aspecto que me parece destacable en esta autora mexicana es su amor por nuestra lengua, compartida por millones de personas que la enriquecen con sus aportaciones, y configuran un idioma plagado de vertientes, significados y matices.
Igual que en un bordado se eligen con esmero los hilos y los colores, Barrera elige las palabras y hace una exhibición del rico español que se habla en México, introduce vocablos colombianos y llama la atención sobre los acentos que adquiere nuestro idioma a uno y a otro lado del océano en una variedad cuyo resultado es brillante.