Drive my car, del director y guionista japonés Ryüsuke Hamaguchi, es una película que contiene la esencia literaria de @harukimurakami_ , el autor en cuyos relatos se basa el guion.
No he leído los siete relatos del volumen Hombres sin mujeres –sin duda voy a hacerlo–, en el que Hamaguchi ha encontrado la inspiración para su premiada película –entre otros ha recibido el reconocimiento al mejor guion en Cannes (2021) y a la mejor película extranjera en los Globos de Oro (2022)–, que ahora va camino de los Oscar. Sin embargo, en los 179 minutos que dura la proyección de esta hermosa película reconocí desde el primer momento al Murakami, que tanto me fascinó de 1Q84 y La muerte del comendador.
Se ve la firma del escritor japonés en la atmósfera aislada y, a veces, turbia que envuelve a sus personajes que, como escribía Carlos Zanón en el año 2015 con motivo de la publicación de la crítica de Hombres sin mujeres, son “seres humanos como islas bloqueadas no por secretos sino por silencios generados por el bloqueo de sentimientos salvajes, profundos, viscerales”.
En el fondo anida la culpa
La culpa es un continuo que flota en la película de Hamaguchi, aunque es posible que hasta bien avanzada la proyección no descubramos que estaba ahí, de tan profundo como había anidado en el corazón de los protagonistas.
Hay un preludio que nos da claves para entender lo que va a suceder, pero, en el más puro estilo Murakami, a lo largo de esta historia el espectador va recibiendo datos que parecen fortuitos, cuando en realidad tienen un desempeño fundamental en la historia.
Huir de los miedos no supone esquivarlos porque acechan de continuo; es lo que va comprendiendo el señor Fukuya mientras dirige la próxima puesta en escena de Tío Vania. El director intenta encontrar el ritmo de la obra de la misma forma que busca sentido a su existencia tras sufrir una pérdida que no acepta.
Ritmo versus oficio
Todo se ha descompasado y hay momentos en que tanto las personas como el estreno de la obra de Antón Chéjov parece que van a naufragar. Fukuya no es el único que sufre. La conductora y el actor principal también viven presos de sus pulsiones, hasta que cobran sentido todas aquellas pistas que con gran maestría nos ha ido dando Hamaguchi, inspirado en los relatos de Murakami.
Con la repetición de la lectura de los textos, el trabajo duro de todo el equipo y, en definitiva, con oficio teatral, la compañía avanza en su propósito y la película que el espectador contempla aúna su ritmo con el de Tío Vania. Sin esa cadencia el director restaría matices indispensables a su película y es posible que hasta desapareciera de ella la esencia del relato.
La importancia de un buen guion
Hamaguchi, que es un buen guionista, sabe sortear las diferencias que hay entre cine y literatura, haciendo brillar con luz propia su película. Al terminar recordé –reconozco que no sé por qué– los magníficos guiones que escribía Ángel Fernández Santos y su impronta en el resultado de películas como El espíritu de la colmena, Diario de invierno, Madregilda o Padre nuestro.
Es posible que este recuerdo subconsciente respondiera simplemente a lo fundamental que es un buen guion para que haya una buena película. También, a que disfruto con las películas que nos conducen al corazón de los seres humanos.
Una película inclusiva
Drive my car ofrece un formato innovador e imprime un carácter inclusivo. Hace un par de meses mi hija mayor, que trabaja en el teatro, me comentó las iniciativas que se están produciendo para incorporar actores con algún tipo de discapacidad a las compañías estables, lo cual implica que se cuenta con ellos para representar cualquier papel. También de protagonistas.
Reconozco que, aunque creí bienintencionada la idea, me resultaba difícil imaginar cómo se concretaría sobre la escena. Con Drive my car, Hamaguchi nos demuestra que no sólo se trata de un planteamiento bien intencionado, sino que es posible hacerlo con un resultado excelente.
El director japonés nos hace olvidar en su apuesta por la integración las capacidades físicas del actor o de la actriz sobre el escenario, para que nos fijemos únicamente en el personaje que interpreta. Lo consigue.
En Drive my car hay que dejarse llevar por la suavidad con que conduce la chófer de esta película para comprender la culpa, la orfandad y la redención que experimentan los protagonistas dentro de ese coche convertido en el refugio de Fukuya.