El poeta ante el espejo

José María Triper (poesía)

Dice una canción de Joan Manuel Serrat, que de vez en cuando la vida nos besa en la boca. Son esos momentos especiales, como el reconocimiento que recibe José María Triper por descubrirnos, que detrás del amigo, del compañero de profesión de tantos años se esconde un poeta, que nos vuelve a ofrecer lo mejor de sí mismo.

 

Un poeta que, en su último libro, Paisaje Urbano, se desnuda ante el espejo, y no me equivoco al decirlo pues él mismo reconoce que es su poemario más personal, y nos adentra en el escenario de grandezas y miserias de la ciudad a través de su propia experiencia y de la visión tan personal de ese gato negro, ágil, elegante, que sestea en los alfeizares de las ventanas, y en el que ya se trastocó Triper en su poemario, Mientras muere la Tarde. Un gato, que según recita “al nacer se equivocó de especie y se trastocó en hombre por el capricho de un dios menor”.
Desde esta óptica, el poeta puede mantenerse fiel a sí mismo y ser libre para elegir a donde va, mientras recorre el Paisaje Urbano de la ciudad empapada por la lluvia, en la que nos dice que “el tiempo parece detenerse”.

 

Bajo ese manto de lluvia se oculta el dolor por la pérdida, tan presente en Luz de gas, su anterior poemario, que en Paisaje Urbano se asume como el desamparo, que una tarde de domingo produce observar “estoico el paisaje abandonado al transcurrir del tiempo”, en medio de una soledad que “huele a otoño y es silencio”
La “soledad acompañada”, otro estado de ánimo que produce en el poeta la ciudad que bulle y no se queda quieta. Reflejo de esos ambientes, poblados de esnobismos y vocablos ajenos, en los que la combustión del éxito y la avaricia se confunden con luz, tan conocidos por José María Triper a través de su experiencia como periodista. Contra esos ecos superficiales y ásperos alza su voz de poeta y nos descubre realidades bien distintas como la de ese niño que se sabe diferente y ve desde su balcón como juegan los otros, la de la mensajera o la del parado y la de cuantos arrastran su vida y sus penas en silencio. Todos ellos transitan por los oscuros túneles del metro, del que surgen unos versos estremecedores:

 

La vida en un vagón
de metro
es un ensayo en diferido
de la muerte.
Frente a la desesperanza hay personas que iluminan la existencia
Es Gonzalo arroyo y miel
que serpentea radiante en su jardín
y desprende ternura a flor de piel.

 

La mención a la amistad de Enrique Cornejo y los otros

 

Al final de este poemario Triper da un triple salto mortal, impulsado por su instinto de felino, y rompiendo con las claras influencias que podemos rastrear en sus poemas de otros autores, unas veces de Machado, y otras de Bécquer, realiza un ejercicio de introspección, con el que sigue adelante, aunque le lleve a apostatar de sí mismo y de esa carta astral que marca su destino, porque dice que, aunque “a nadie le gusta mirarse en el espejo recién levantado y sin peinar, esa imagen desnuda de aderezos nos hace fuertes y nos ayuda a encontrarnos”. Es el momento de quitarse la máscara “frente al muladar de falsedades y calumnias”, dice, sacar fuerzas, incorporarse y proclamar que la soledad no es tan mala si tiene “alma y nos ayuda a crear y ser creativos”. Son los sonidos del silencio con los que concluye Triper su recorrido por este paisaje urbano.

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