Max, el pescador de globos, recorre el cielo pescando con sus redes de tela de araña las ilusiones que pierden los seres humanos. Hace unas semanas decidió trasladarse desde París a Nueva York para visitar a los alumnos de español de la United Nations International School (UNIS).
Esta historia con la que quedé finalista del Premio Boolino de literatura infantil en 2016 lleva recorridos muchos cielos y también ha recogido las ilusiones de muchas niñas y niños, a los que desde entonces ha hecho soñar.
Un encuentro especial
Hace unas semanas la Escuela Internacional de Naciones Unidas me invitó a que hablara con sus alumnos por videoconferencia sobre Max y los personajes de esta novela. Como siempre que me reúno con mis lectores más jóvenes y, a pesar de la distancia física, fue un placer para mí y, según me dijeron, también para ellos. He prometido visitarlos cuando vaya a Nueva York.
Los lectores infantiles son especialmente inteligentes y sensibles. En las cartas que me mandaron previamente estos niños de distintos países que viven en Nueva York se descubre, como siempre me ha sucedido en este tipo de encuentros, la capacidad de análisis y la poesía que cabe en sus cabecitas tan bien amuebladas.
Guardo como un tesoro las cartas, los dibujos y el recuerdo de estas vivencias que dan el verdadero sentido a mi trabajo. He experimentado esta gozosa sensación con El tesoro de las mariposas, mi primer gran éxito literario, y con O segredo de Caaveiro, que también lleva una feliz andadura en su versión gallega y del que pronto espero comunicaros que será publicado en castellano.
Escribir para los más jóvenes es mi debilidad, me insufla esperanza y me redime de lo doloroso que en ocasiones me resulta el desarrollo de mis novelas para adultos, que me alejan de la Arcadia feliz de la infancia.
Valores que no cotizan en bolsa
Felicito a los profesores –Araceli y Juan Antonio– por el esfuerzo, dedicación e ilusión que vuelcan en estas actividades.
Ellos, como tantos colegas suyos, alientan el amor a la lectura y el espíritu crítico y contribuyen a que los alumnos se conviertan en una esperanza de futuro para la humanidad.
Son valores que no cotizan en bolsa ni sirven al dios dinero, pero sí promueven la tolerancia y el respeto de los Derechos Humanos, recogido en la Declaración de Naciones Unidas de 10 de diciembre de 1948.
Estoy muy agradecida a Max, porque una vez más me ha invitado a subirme a la barquilla de su globo para encontrarme con estos lectores neoyorquinos, a los que desde aquí envío un cariñoso saludo.