Domingo Villar zarpó en el último barco

Foto libros

 

Domingo Villar zarpó en El último barco el pasado 18 de mayo. Le acompañaba el inspector Leo Caldas, protagonista de las tres novelas que nos legó el escritor recientemente fallecido.

 

Se dice que el capitán de El pirata de Ons, el transbordador que atraviesa la ría de Vigo hasta Moaña y Cangas, tomó una ruta inusual y con rumbo a las Islas Cíes se adentró en las procelosas aguas del Atlántico.

 

En las páginas finales de la novela postrera del autor, el inspector Leo Caldas se pregunta si ese será su último barco. No sirve de consuelo pensar si Domingo Villar tuvo una premonición de su muerte temprana mientras escribía.

 

Esas cosas pertenecen al mundo del inconsciente del que vivimos los escritores. Sin embargo, al releer esas páginas sentí la emoción por lo premonitorio del título de esa novela a la que Villar dedicó ocho años de su vida.

 

La muerte a la que esperamos desde el momento en que nacemos es siempre inoportuna y mal recibida. Algo lógico porque nos subleva su impertinencia; que se presente, como en el caso que hablamos, sin avisar.

 

Demasiado pronto, a pesar de que la importancia de una vida no se mida por la longevidad sino por sus frutos. En el caso de Villar bastaron tres obras: Ojos de agua, La playa de los ahogados y El último barco, para ocupar un lugar especial en la lista de los escritores españoles del género negro.

 

Un autor que me descubrió un amigo

 

«Escribirás en tu blog sobre Villar ¿Verdad?» me dijo hace unas semanas mi amigo Aurelio Fernández, cuando se produjo el inesperado fallecimiento del escritor vigués.

 

Fue Aurelio quien me habló por primera vez de este escritor, convencido de que me gustaría y así fue. Disfruté con La playa de los ahogados y con El último barco. Me alegro de tener pendiente Ojos de agua, su primera novela, a cuyas páginas acudiré muy pronto.

 

El personaje de Leo Caldas, un hombre tranquilo con el que es fácil identificarse, no se entendería sin el marco que para sus andanzas crea el paisaje, que me es tan familiar, de la Ría, la ciudad de Vigo y sus playas y la península del Morrazo. Villar hizo a través de sus novelas un homenaje a su tierra.

 

Un policía tranquilo

 

El inspector vigués, menos temperamental que sus colegas mediterráneos de los que hablábamos con motivo de la reciente visita de Petros Márkaris, tiene en común con ellos su humanidad y el gusto por la vida, el amor, la buena comida y el buen vino.

 

Caldas siente las dudas, las preocupaciones, los remordimientos y las alegrías inherentes a la responsabilidad de su trabajo, pero su autor lo dotó de una bonhomía que lo aleja de los torturados policías anglosajones y del norte de Europa.

 

Leo Caldas no necesita presiones añadidas para saber que al final no siempre ganan los buenos y, aun cuando resuelva un caso, sabe que «rara vez se puede recomponer lo que se había resquebrajado en el camino».

 

Las novelas de Villar calan en el lector como el orballo. Captan nuestra atención casi sin sentirlo, igual que esa lluvia fina denominada de tan preciosas y diversas maneras desde el Miño al Bidasoa. Cuando queremos darnos cuenta estamos empapados, atrapados por cada historia. Da igual que abordemos una lectura de 700 páginas, como en El último barco, si empezamos a leerlo no podemos dejar el libro hasta terminar.

 

Refugio entre las viñas

 

Leo Caldas mantiene una buena relación con su padre, ello implica acercamientos y desencuentros, pero también cariño y respeto. Las viñas de la casa del padre recuerdan al inspector sus raíces, el refugio al que sabe que siempre podrá acudir.

 

Quizás Villar y Caldas no se perdieron en el mar infinito y están tomando unas cuncas de vino en casa del padre del inspector. Para consolarnos de su ausencia y mientras él contempla el deambular de los barcos por la ría, este autor nos dejó sus libros que siempre van a estar entre nosotros.

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