Dejo de escribir porque tengo miedo

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«Dejo de escribir porque tengo miedo». Con esta frase que pronuncia Nurit Iscar, personaje de la novela Betibú, su autora Claudia Piñeiro da una lección que debería ser obligatoria en las facultades de periodismo.

 

Los periodistas sabemos y los futuros periodistas deben aprender que contar la verdad es peligroso y que muchas veces tenemos certeza de los hechos, pero no podemos demostrarlos.

 

Incluso se puede dar la circunstancia de que tengamos contrastada una noticia, pero publicarla, si es que el medio lo acepta, pueda ser igual a firmar nuestra sentencia de muerte. No exagero, preguntad a los periodistas mexicanos.

 

Hay un periodista español, Pablo González, que lleva meses encerrado en una cárcel polaca porque dicen que es un espía ruso. Este es un asunto lleno de oscuridad sobre el que no hay empeño en que se haga la luz. Nadie sabe nada. Si hay cargos contra él, la Justicia polaca debe formularlos y hacerlos públicos, si no los hay ¿por qué sigue en la cárcel?

 

La lista de periodistas muertos, encarcelados o secuestrados por hacer su trabajo, desgraciadamente es muy larga. Os remito a la información de Reporteros sin fronteras.

 

Además del riesgo para la vida o la libertad, que se puede dar en algunos países, en todos cabe la posibilidad de jugarse el empleo. La forma en que en nuestras redacciones se deshacen de los periodistas molestos adquiere formas muy sibilinas, pero también muy brutales.

 

El periodismo en crisis

 

Por supuesto que la lección de periodismo que nos da Piñeiro a través de Betibú y el periodista de sucesos, Jaime Brena, no concluye con la expresión de ese miedo que, cuando se puede, los profesionales y los lectores debemos superar para no conformarnos con la noticia escueta.

 

Hay que entender conductas, profundizar en los hechos y en sus causas, da igual que se trate de sucesos, como en la novela referida, de política, de economía o de sociedad. Y cuando no se puede, cuando la información es un negocio y los medios de comunicación se convierten en correas transmisoras de determinados intereses, hay que irse dignamente, dedicarse a otra cosa.

 

A través de Jaime Brena, y el pibe de Policiales, recién llegado a la redacción, la autora describe la crisis que sufre el periodismo. La novela se publicó hace doce años, pero su denuncia es de plena actualidad.

 

Se aparta a los profesionales incómodos, sin tener en cuenta su valía, y se entrega la responsabilidad a jóvenes a quienes se niega la oportunidad de bregarse en el oficio. Quizás porque si aprenden, hacen calle y «pierden el tiempo» en contrastar la información pueden llegar a ser tan molestos como sus antecesores.

 

Ficción para decir la verdad

 

La literatura, que no supera a la realidad, es un buen refugio, un instrumento útil para contar lo que pasa y cómo es la sociedad en que vivimos. En el mundo de ficción, nos dice Piñeiro a través de sus personajes, el escritor puede inventar «otra realidad, una aun más cierta» que profundice realmente en los hechos.

 

Existe una tendencia en la literatura y en el cine a basarse en hechos reales, como si esto le diera más credibilidad a lo narrado, cuando este tipo de relatos suelen ratificar la versión oficial. Me parece que los escritores tenemos la obligación de transcender ese sometimiento a lo ya trillado, a intereses que no sabemos a qué ni a quién responden. Por eso debemos inventar nuestras propias historias y verter en ellas nuestro propio análisis.

 

Radiografía social

 

Más allá de la lección de ética periodística que recibimos al leer Betibú, las novelas de Claudia Piñeiro, encuadradas por editores y críticos en el género negro, nos acercan a la realidad argentina y a la nuestra.

 

Los lectores españoles podemos sentirnos muy identificados con esas narraciones. Sus personajes tan auténticos, tan cargados de paradojas, son uno de los aspectos que más me atrae de su narrativa. Tanto como la descripción de las fracturas sociales y de las élites que controlan el poder y la riqueza. Gentes que viven en urbanizaciones exclusivas, en las que rigen sus propias leyes al margen de las que existen para los demás. Gentes dispuestas a ocultar sus crímenes para que nada altere la imagen que de ellos transmite la prensa del corazón.

 

He enfocado este comentario sobre el periodismo, pero esta novela como otras de esta reconocida autora ofrecen muchas lecturas y se pueden completar desde distintos ángulos. Por eso estoy deseando leer su último libro, El tiempo de las moscas.

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