Convertir la búsqueda en huida

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Los personajes de Magie O’Farrell en su novela, La distancia que nos separa, quieren cerrar heridas abiertas de su pasado. Ello les impulsa a convertir su búsqueda en huida.

 

O’Farrell nos sitúa ante dos personas que han sufrido un fuerte choque emocional, que han podido superar, en parte, gracias al apoyo de sus respectivas familias. Familias que frenan el impacto de los daños, pero limitan el desarrollo personal de sus miembros.

 

Esta ambivalencia entre la protección y el dominio que ejerce el grupo familiar conforma el núcleo de esta historia. Del equilibrio que se logre entre ambos dependerá el destino de los personajes, tan necesitados de protección como de zanjar sus deudas pendientes.

 

Corren el peligro de quedar atrapados por los sentimientos y por el deber de no traicionar lo que sus seres más queridos esperan de ellos. La autora realiza un retrato magnífico de la relación entre dos hermanas.

 

Vuelta a las raíces

 

En la necesidad que tienen Jake y Stella de volver a sus raíces se halla el germen del cambio que quieren propiciar. Escarbar en su pasado les muestra otras formas de existencia distinta a la que les ha sido dada.

 

Los jóvenes tienen otras prioridades sobre los planes de futuro y los trabajos que la generación de los padres situaba como la máxima aspiración. Esto, a veces, produce un rechazo en los hijos que vuelven los ojos al trabajo físico más duro que les produce bienestar y paz mental, lejos del estrés de las ciudades.

 

Me ha parecido ver aquí una conexión con el protagonista de la película Perfect days de Wim Wenders, que encuentra el equilibrio con un trabajo despreciado socialmente. También en la novela de O’Farrell, Jake, que se dedica a la producción cinematográfica, se encarga temporalmente de labores de mantenimiento en un hotel rural. «Se mancha, las palmas de sus manos son como mapas de suciedad, las botas, cargadas de barro, pesan. Pero le gusta este trabajo…»

 

El placer de leer una buena novela

 

La narración, directa y brillante, se va entretejiendo con la precisión de una labor en cuyo revés no se aprecian las costuras. De la misma forma que Jasmina Barrera en Punto de cruz, a quien dediqué en su día otro comentario, nos introducía sutilmente con su hermosa prosa en el alma de los personajes.

 

O’Farrell nos proporciona el placer de su escritura, de su puro lenguaje literario. Algo que se aprecia desde las primeras páginas y que merece la pena destacar en un momento en el que mercado editorial nos inunda con exitosos bestsellers mal escritos.

 

El problema es que muchos autores y editores olvidan que en literatura la forma es fundamental y que leer, al igual que escribir, conlleva entrega y esfuerzo, dos elementos sin los que resulta imposible encontrar el deleite de la creación literaria.

 

Maggie O‘Farrell tiene una sólida carrera a sus espaldas, como demuestran Hamnet y El retrato de casada, novelas posteriores a La distancia que nos separa, que la autora publicó por primera vez con treinta y dos años, aunque en España se acabe de editar. A quienes no conozcan a la autora recomiendo que empiecen por La distancia que nos separa. Así comprobarán la magnífica evolución de esta autora con el paso del tiempo.

 

 

 

 

 

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