Bernarda, víctima y verdugo

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Bernarda Alba sirve e impone una forma de vida, pero también es víctima del sistema que defiende. Este es el enfoque que ofrece José Carlos Plaza sobre La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca. Una visión del personaje que ya estaba en la primera versión que el director dirigió de esta obra en el año 1984.

 

Acudí un miércoles al teatro Español rodeada de espectadores muy jóvenes. Alumnos de bachillerato a quienes sus profesores habían recomendado no perder la oportunidad de conocer sobre las tablas la obra del poeta granadino. Una invitación inexcusable, pues «Tardará mucho tiempo en nacer si es que nace/un andaluz tan claro, tan rico de aventura». Estos versos del poema Alma ausente del poemario que Lorca dedicó a su amigo Ignacio Sánchez Mejías, se convierten en las mejores palabras para definirlo.

 

Una historia antigua

 

Guardo como un tesoro el volumen IV de las obras de Lorca que publicó editorial Losada de Buenos Aires. Contiene Romancero gitano, Poema del cante jondo y Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Como todos los libros encierra una bella y triste historia.

 

Esta cuarta edición de 1944, la primera data de 1938, se la regaló a mi madre un «pretendiente», así se decía, el 26 de septiembre de 1945. En la dedicatoria le pedía que se acordara de él un poquito cuando pasaran aquellos momentos inciertos.

 

Aquel admirador, del que mi madre nunca llegó a reconocer si sentía por él el mismo afecto, era hijo de una amiga de mi abuela y estuvo escondido en su casa, hasta que otro buen amigo les avisó de que la policía franquista estaba ya tras su pista. Se fue y tiempo después fue capturado y ejecutado.

 

También Federico García Lorca había sido apresado y asesinado años antes por la misma gente. Pero de todas estas cosas los niños de entonces no nos enteramos hasta mucho más tarde. Se imponía el silencio y el miedo.

 

Distintas visiones de una obra

 

En 1984, presencié el primer montaje de José Carlos Plaza de La casa de Bernarda Alba. Le admiraba por sus trabajos en el TEI (Teatro Experimental Independiente) y en el TEC (Teatro Estable Castellano) con William Layton y Miguel Narros.

 

Tanto en la versión actual como en la de hace casi cuarenta años, José Carlos Plaza huye de los tópicos simbólicos, según decía en aquella época Fietta Jarque en El País, y nos ofrece un drama rural de mujeres atrapadas en su destino. Bernarda domina y es al mismo tiempo víctima de sí misma y de su miedo, de las trabas que se impone para expresar sus verdaderos sentimientos.

 

En el artículo citado se hace referencia a dos puestas en escena de esta obra que no conocí. Dirigidas por Bardem, con decorados de Antonio Saura, en 1964, y por Ángel Facio , fundador del mítico grupo independiente, Los Goliardos, en 1972.

 

Cada una de ellas diferente, como igualmente sucedió con la dirigida por Lluis Pascual en 2009, en la que Núria Espert, interpretaba a Bernarda y Rosa María Sardà, a Poncia. En esta, Espert nos ofreció una Bernarda tiránica, sin fisuras, que domina e impone a los suyos las reglas inapelables del sistema. Esta variedad de interpretaciones nos permite disfrutar de los numerosos matices de una misma obra y de la capacidad de cada montaje de renovarla y transformarla.

 

Plaza humaniza a Bernarda sin quitarle un ápice de dureza. Con él coincide el dramaturgo Juan Mayorga que en su obra Silencio, trasladaba la idea, por boca de Blanca Portillo @bpmdv, de que Bernarda es verdugo y víctima del sistema que defiende.

 

Un gesto que lo dice todo

 

Consuelo Trujillo @TrujilloConsu, como Bernarda, y Rosario Pardo, en el papel de Poncia, nos acercan a la dureza del drama que representan y a los sentimientos encontrados que se debaten en el interior de estas mujeres.

 

Trujillo hace un dificilísimo ejercicio de contención y sensibilidad. Una preciosa muestra de lo que digo es la escena en que Angustias comenta a Bernarda su temor de que Pepe, el Romano, no la quiera y solo busque su dinero. Por un instante, parece que la madre va a dar una caricia a la mayor de su hijas que busca consuelo. Un gesto casi imperceptible que Trujillo hace con la mano y que frena mientras eleva los ojos al cielo recuperando el control de sus sentimientos.

 

La ternura es una debilidad que Bernarda Alba no puede permitirse y, por tanto, reprime. Se impone la obligación, una mujer no elige. El destino como madre y como esposa viene dado, no se rechista. Bajo formas más sibilinas el drama pervive, quizás por eso los jóvenes que asistían a la función se pusieron en pie y aplaudieran a rabiar igual que el resto del público.

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