La velada en el Birdland, uno de los templos del jazz, y quince días en Nueva York @nycgov dan para mucho. Sobre todo, si los motivos de cruzar el Atlántico los mueve el corazón, el amor a los tuyos y el apego a esta ciudad.
En mi cuarta estancia en Nueva York compruebo con placer que esta metrópolis sigue seduciéndome como la primera vez que pisé sus calles con 19 años. Cada visita ha sido un descubrimiento que ha ido marcando mi peripecia vital y literaria, a través de la mirada propia y de la de los que aquí viven y crean.
Fui una joven que intentaba reconocer el Manhattan de Woody Allen siguiendo los pasos de Annie Hall. Años más tarde, volví como una mujer que buscaba regalos navideños en Macy’s al tiempo que descubría el espíritu de la ciudad en la Trilogía de Nueva York –La ciudad de cristal, Fantasmas y La Habitación cerrada- de Paul Auster, y ahora llegó a una ciudad conocida que me vuelve a sorprender.
Pasión por el dinero
En este viaje he buscado encontrarme con Fran Lewobitz en alguno de los cafés del Village, Chelsea o Trebeca o en cualquiera de los teatros donde rodó la serie, dirigida por su amigo Martin Scorsese, Supongamos que Nueva York es una ciudad. Creo que todavía se puede ver en Netflix
Su amor por la ciudad no impide a Lewobitz ser mordaz con los defectos de sus habitantes. Critica su pasión por el dinero con el que se puede conseguir todo, incluso un spa para tu perro, en contraste con una desigualdad abrumadora. Tiene razón. Las calles y el metro de Manhattan están llenos de seres humanos que deambulan hablando solos, enfermos y sin ningún salvavidas social que los proteja.
A los ojos de cualquier europeo, enfermar en Estados Unidos es un problema y buen aviso a navegantes para desoír los cantos de sirena que desde hace años claman contra nuestro modelo sanitario y abogan por privatizarlo.
Esas voces no cuentan que hay que ahorrar toda la vida para pagar los seguros privados o la universidad de los hijos y que muchas veces no es suficiente, o que tener un cáncer o contraer covid puede arruinar la existencia de la familia. Por eso ahora los únicos que llevan mascarilla en Nueva York –la ciudad tiene un elevado índice de vacunación– son los trabajadores con pocos medios que no se pueden permitir el lujo de enfermar.
Un ejemplo de respeto a las víctimas
El sentimiento crítico fenece ante otras actitudes admirables. La visita al One World y las dos sobrias e impresionantes fuentes, que ocupan el espacio donde se ubicaban las Torres gemelas son un ejemplo de una ciudad, que transcurridos veintiún años del 11-S, no olvida a sus víctimas. Tan diferente de la polémica eterna con que cada año rememoramos aquí el 11-M.
En medio de este monumento al recuerdo de las víctimas se levanta el Oculus, el gran ojo diseñado por el arquitecto español Santiago Calatrava. Según se mire, esas pestañas gigantes pueden ser las alas de un pájaro a punto de iniciar el vuelo, que imprime en el conjunto del memorial el convencimiento de que somos capaces de resurgir tras las pruebas más duras.
Una visita a West Point
La sorpresa de este viaje ha sido la posibilidad de visitar West Point gracias a mi familia y a la del único profesor español de la academia que, además, tuvo la amabilidad de invitarnos a una paella muy rica, cocinada según los cánones valencianos con garrofóns, pollo y verdura.
West Point es mucho más que una academia militar, es una universidad cuyos graduados se comprometen a una permanencia de cinco años en el ejército, pero luego son altamente demandados en la sociedad civil.
La hermosa arquitectura de sus edificios y el punto estratégico donde se encuentra nos hablan de la historia de Estados Unidos y del valor que los ciudadanos de este país dan a sus instituciones que sienten como propias y aprecian en su justa medida.
Españoles en New York
En la oficina del Icex (Instituto Español de Comercio Exterior), situada en la planta 47 del bellísimo edificio Chrysler pudimos hablar de la cantidad de españoles que hay en Nueva York haciendo un gran trabajo. Puedo dar fe de personas cercanísimas que forman parte de nuestra mejor representación en el mundo.
Nuestro país está muy bien representado en el complejo montado por el chef José Andrés @chefjoseandres en Little Spain en los Hudson Yards. Aquí se puede degustar auténtico gazpacho, tortilla de patatas, cocido, bacalao a la bilbaína y churros con sabor fetén sabiendo que el beneficio que reporte este negocio redundará en parte en dar de comer a quienes no tienen nada.
Y luego dar un paseo por High Line, unas antiguas vías férreas elevadas, convertidas en paseo ajardinado, y terminar en la isla artificial de Little Island, sendas muestras del interés de la ciudad por ampliar sus espacios verdes.
Si la morriña es muy fuerte se atraviesa Greenwich Village hasta el Soho y podemos seguir comprando artículos españoles en Despaña.
Museos
Revisitar el Moma (Museum of Modern Art) es obligado y vuelvo en cada ocasión. Merece la pena. Y también es interesante ir al Met (Metropolitan Museum of Art), sobre todo, si te acompañan dos personitas que escuchan un resumen de la Ilíada, mientras recorremos las salas de Grecia frente a las vitrinas de cerámica imaginando el banquete que el rey Agamenón ofreció a Héctor y Paris, antes del rapto de Helena; las armaduras que debieron lucir guerreros como los que sitiaron Troya, y las columnas que sostenían sus palacios y sus templos.
El Met me recuerda el British Museum. Tienen de todo y de todas las culturas antiguas, principalmente occidentales. Repetimos a petición de nuestras acompañantes, que tras visitar el primer día las salas dedicadas a Egipto, sintieron necesidad de volver. Entrar en el interior de una mastaba, ver las momias y los restos de esta grandiosa civilización excita la curiosidad infantil y la de quienes seguimos sintiendo curiosidad por nuestro pasado y nuestro presente.
Ópera
El amor a la música y el teatro es consustancial a Nueva York y sus habitantes han vuelto a llenar las salas y los teatros.
En el Metropolitan Opera House disfrutamos de Madama Butterfly de Puccini con una representación de gran calidad y belleza, lograda por sus cantantes, por la puesta en escena y por una escenografía aparentemente sencilla, pero admirable, perfectamente conjugada con el juego de luces.
Hay que destacar el importante papel que juegan unas sombras figurantes que mueven una marioneta de un niño o se convierten en setos de flores del jardín donde se aman Butterfly y Pinkerton.
Me impactaron la belleza y el lirismo alcanzado en las escenas de la muerte de la protagonista y el final del primer acto. Es mi tercera Butterfly y he de aclarar que Puccini es uno de mis compositores favoritos y que tengo suerte con esta ópera, pues de las tres representaciones a las que he asistido la primera y esta última me han parecido memorables.
La representación del Metropolitan contaba con unos solistas extraordinarios, aunque solo conocía a Eleonora Burato, en el papel de Butterfly. A esta soprano, de quien dicen que es una de las mejores intérpretes actuales de Puccini, la conocemos los espectadores del Teatro Real de Madrid, donde ha cantado La Bohème en el papel de Mimí.
Y jazz
La música, el arte y la literatura son la mejor salvaguarda para mantener vivo y reconocible ese espíritu donde todo puede ser posible de la ciudad de Nueva York.
En el Birdland, uno de los templos del jazz, nos despedimos en nuestro último día de estancia en la ciudad con el trío de Emmet Cohen, que ha estado recientemente de gira por España. Cohen al piano, Yasushi Nakamura al contrabajo, y Kyle Poole en la batería, se suelen acompañar de artistas invitados. Esa noche gozamos con el trompetista Benny Benack III y el saxofonista Ruben Fox.
En los momentos turbulentos que vivimos, recordó Cohen al final del espectáculo, la música sigue siendo un mensaje universal que transmite paz y entendimiento entre los pueblos.
Como colofón de mi viaje me quedo con este mensaje y el de tantos artistas que en estos tiempos nefandos siguen trabajando contra viento y marea por hacer un mundo mejor.
El próximo viernes 8 de abril nos vemos en Pontevedra
A mis lectores y amigos de Pontevedra os recuerdo que este próximo viernes 8 de abril a las 20 horas conversaré con el escritor y médico, Miguel Mora, sobre mi novela El ingenio de los mediocres. El acto lo organiza el Ateneo de Pontevedra en el Espacio Nemonon (edificio Villa Pilar), calle del Marqués de Riestra 11-1º.