“La amada tierra florece
en primavera por doquier y reverdece
nuevamente.
Por todas partes y eternamente refulge
azul el horizonte
Eternamente, eternamente
Eternamente.”
Ewig…, Ewig…, Ewig es la palabra alemana que significa eternamente y con la que finaliza el hermoso y trascendental sexto canto, Despedida, de La canción de la Tierra de Gustav Mahler. El barítono Matthias Goerne, que la cantó el pasado 28 de marzo en el Auditorio Nacional de Madrid, junto al tenor Piort Beczala, se apoderó de mi espíritu y estoy segura de que del de los espectadores que como yo irrumpimos en aplausos de entusiasmo en cuanto David Afkham dio por concluido el concierto. Un bello colofón para el invierno que termina y una promesa de esperanza en el inicio de la primavera, por esa reconciliación de la vida con la muerte que transmite Mahler con su música y los textos de los poetas chinos que conforman el libreto, aunque el compositor se reservó escribir los últimos versos con los que comenzamos este post.
Asistí a este concierto en uno de esos días de pandemia en los que sin motivo se siente una hastiada y de mal humor. Confieso que, a pesar de lo atractivo del programa , me acerqué al auditorio arrastrando los pies. Sin embargo, todo cambió en cuanto me senté en mi butaca de paraíso -esta sección se llama así porque es en las alturas del Auditorio y del Teatro Real donde me ubico- e inmediatamente se esfumaron mis sentimientos negativos. La Canción de la Tierra fue escrita en 1908 por Mahler, cuando empezaba a superar el difícil trance de la muerte de su hija mayor el año anterior y el descubrimiento de que estaba gravemente enfermo del corazón. El compositor falleció en 1911. Cualquiera de estos hechos por sí solos son suficientes para provocar una gran desazón. No obstante, esta obra no transmite desesperación sino nostalgia, paz y aceptación de la vida y, por tanto, de la muerte.
En el programa de mano, el comentario de Ramón Puchades recoge una frase de Mahler: ”La vida y la muerte mantienen reinados alternativos en mi corazón”. Parece que el compositor logró en su última obra reconciliar estos sentimientos aparentemente, sólo aparentemente, antagónicos y transmitirnos a todos una gran armonía. “Tranquilo está mi corazón y aguarda su hora”, dice. Precisamente, paz y reconciliación interior era lo que yo necesitaba esa mañana.
La canción de la tierra, “la creación más personal de Mahler”, según Bruno Walter, el director que la estrenó en Viena, me conmociona por su belleza e intensidad y agradezco al auditorio el sistema de pantallas que permite a los asistentes leer el texto de las canciones (leader) que se interpretan, cuyo origen son siete poemas de una antología de autores chinos que, bajo el nombre de La flauta china, realizó el poeta Hans Bethge en 1907.
La versión que ofreció la Orquesta Nacional de España es una adaptación para orquesta de cámara que realizó Glen Cortesse en 2006, muy adecuada para las restricciones sanitarias actuales, que sonó muy bien. En el auditorio, como he señalado al principio, escuchamos al barítono, Matthias Goerne, y reconozco que me produjo una sensación más honda que la , versión que durante años he escuchado en casa, una grabación para La voz de su amo de 1973, dirigida por Otto Klemperer, e interpretada por la mezzosoprano, Christa Ludwig , y que hasta que escuché la interpretación de Goerne me parecía magnífica. Sin embargo, después de oír La canción de la tierra, interpretada por un barítono —por supuesto, no es comparable una grabación a una audición en directo— me pareció una voz más acorde con los sentimientos musicales y poéticos que inspiraron esta obra. Mahler dejó escrito que debía ser cantada por un tenor y una contralto o un barítono. El problema es que la actualidad la voz de contralto es una rareza y muchos de estos papeles los interpretan mezzosopranos. La contralto Ewa Podles, nacida en Varsovia en 1952, hizo unas declaraciones a la revista Platea Magazine el 14 de mayo de 2017, que arrojan luz sobre este asunto. Dice Podles: “La voz de contralto era mucho más típica en el siglo XIX que hoy. Se ha convertido en una rareza. Una contralto ha de tener el registro grave de un barítono y el registro agudo de una soprano, pero con flexibilidad para moverse por un mínimo de tres octavas de tesitura. Una contralto no debe sonar oscura y como un ogro. Realmente no conozco a nadie hoy que tenga una genuina voz de contralto: hace falta un color, un timbre, una oscuridad y un brillo particulares… Desde el siglo XIX se ha repetido que la voz de contralto tiene en su interior tres voces y esto es cierto, no es algo peyorativo. De alguna manera una contralto es Romeo y Julieta al mismo tiempo.
Mi amigo Javier Espino, que posee una gran sensibilidad y conocimientos musicales, me comenta que en la actualidad, además de ser la de contralto una voz difícil, necesita una educación de tiempo y, desgraciadamente, en la actualidad, incluso en el mundo del canto, todo el mundo tiene prisa por interpretar papeles que no corresponden a su grado de madurez y en esa carrera se estropean muchas voces. Javier me puso sobre la pista de la gran contralto Kathleen Ferrier, fallecida en 1953 a los 41 años. Existe una grabación de La canción de la tierra, con el anteriormente citado Bruno Walter al frente de la Filarmónica de Viena e interpretada por Ferrier y el tenor Julius Patzac, en la que a pesar de su antigüedad y gracias a Youtube me volví a sentir arrebatada por el suspiro de eternidad que esta contralto nos lanza. Para los que estéis interesados en saber más sobre Ferrier añado este enlace que me parece interesante.
https://cafemontaigne.com/la-voz-humana-i-kathleen-ferrier-borde-la-vida-tributo-i/musica/admin/