Un paseo por el amor y la vida

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Miguel Mora sale En busca de Caronte e inicia un paseo por el amor y la vida. Resulta difícil definir si es un libro de memorias o una novela en la frontera.

 

En cualquier caso, el autor, que durante muchos años ejerció como anestesista, sale de los cánones a los que estamos acostumbrados y hace que nos internemos en las páginas de En busca de Caronte con el interés que suscita una obra de ficción. No es necesario someter al rigor de los géneros literarios una buena lectura.

 

Inquietud y certeza de lo desconocido

 

En busca de Caronte tiene de novela la transformación en personajes de las gentes que transitan por sus páginas. El propio narrador es guía e inspirador de una aventura, en la que nos hace olvidar que habla de sí mismo. Un recurso que ya había practicado  con gran acierto en su biografía sobre Xerardo Moscoso, Cenizas y representaciones, una obra que aconsejo y que tampoco se puede definir como una autobiografía al uso.

 

El seguimiento de Caronte, el barquero que nos ayuda a cruzar la laguna Estigia, se convierte en el trasiego del protagonista por el amor, la pasión por vivir y el inevitable horizonte de la muerte. Todos buscamos a Caronte y todos sentimos la inquietud de enfrentarnos a lo desconocido, que Mora compensa con la tranquilidad que proporciona una existencia repleta de vivencias.

 

Un mundo distraído

 

Coincido con el autor en la importancia que para la literatura tienen las vidas aparentemente corrientes. En lo cotidiano hallamos historias increíbles, «asuntos de interés, reflexiones personales, vivencias, frustraciones», que conducen a enfrentarse al destino inexorable, ahora que, como dice Miguel Mora «todo el mundo “vive distraído”».

 

Sin dejarse impresionar por modas ni correcciones formales, el autor tira de los recuerdos para vivificarse. Apela a los amigos, a las canciones, a los libros, al cine, a todo aquello que ha dado sentido a su existencia y le permite afirmar que «la carencia de sentimientos es el suicidio del espíritu».

 

Miguel Mora no es poeta y se resiente de la dificultad que tiene para componer un poema. Sin embargo, se expresa como un poeta.

 

Corrosivo y sin complejos

 

Es tan rico de pensamiento que en cada página nos da una lección de tolerancia y de espíritu revolucionario, porque Mora es elegantemente corrosivo y sin complejos se enfrenta a sus propias contradicciones y a las de sus amigos.

 

Se enorgullece de su afrancesamiento y de los mitos que forman parte del particular panteón de intocables de los que puede echar mano en los malos momentos. Cantantes, autores, directores de cine y sus amigos, siempre esos amigos a los que tan leal ha sido, conforman el universo de esta historia.

 

Todos ellos son testigos de la autopsia en vivo que el autor se practica a sí mismo, dispuesto a embarcarse algún día en la barca de Caronte, a la que posiblemente quiera llegar sin cargas, desnudo como los hijos de la mar, que dijo Antonio Machado.

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