Un buey enorme pisa mi lengua

Maite Cabrerizo (poesía)

Dice Rafael Chirbes en el prólogo de El novelista perplejo que “Tal vez el peso de la literatura en la formación de la sensibilidad colectiva haya decrecido actualmente. Es muy posible que así sea, pero, en cualquier caso, nadie podrá negar que la literatura sigue ejerciendo cierta influencia en la formación del alma colectiva” y en esta misma senda que abría el novelista valenciano se encierra la pregunta de cuál es la participación de los escritores a la hora de componer la sensibilidad del tiempo que nos ha tocado vivir.

 

Un buey enorme pisa mi lengua, el poemario de Maite Caberizo, la poeta que he descubierto hibernada en un cuerpo de periodista y que para mí ha supuesto una agradable y estremecedora revelación, a pesar de que hace años que nos conocemos, deja muy clara la participación de esta autora en la composición de esa sensibilidad colectiva de la que nos hablaba Chirbes. Con Maite, además de amistad, he compartido horas intensas de trabajo, unas veces momentos apasionantes y otros quizás desdichados, pero siempre llenos de amor por una profesión, el periodismo, que atraviesa horas muy bajas, propias de un tiempo lleno de incertidumbres, crisis e inseguridades: la Edad de la Ponzoña, como aquí se define, que se caracteriza por ser “venenosa, insidiosa, tóxica, perjudicial, nociva”, pero que en algún momento, estoy segura de que alumbrará un futuro más esperanzador porque hay gente que ha decidido que ningún buey pise su lengua.

 

Algo que solo será posible en la medida en que cada vez haya más gente valiente que se atreva a dar un vuelco a su existencia de la mano de poetas como Maite Cabrerizo, cuya obra sensible, profunda y descarnada sobre el paro es una guía para desvelar a ese buey enorme que atenaza nuestras vidas. Esta obra escarba en los sentimientos, que raramente expresamos, sobre la lucha interior que muchas personas tienen que librar para mantener el empleo sin perder la dignidad, por “negarse –en palabras de la autora- a contar mentiras (tralará)”. Este combate se llega a traducir en experiencias físicas, en esa turbia sensación que, como muy describe Cabrerizo, nos produce fricalor, una palabra que aun no está en el Diccionario pero que debería aparecer entre sus páginas porque este vocablo inventado por la poeta define perfectamente el sentimiento de angustia que muchas personas sufren en su vida laboral. Una sensación que se puede aplicar a cualquier faceta de la vida donde hay un afán de dominio y ausencia de diálogo. El fricalor es la expresión genuina de la ansiedad, del estrés que, desgraciadamente, millones de personas experimentan al ir a su trabajo, lo que sucede cuando el ser humano tiene la certeza de que está siendo humillado y despreciado. En millones de personas este combate se salda con la pérdida del puesto de trabajo. Y llegados a esta situación con la que entronca esta experiencia literaria, porque Cabrerizo nos invita a participar de su particular peripecia, sólo cabe, como hace la autora, asumir el espíritu de Alcitoe, hija de Mineo, que se negó a participar de la orgía de los pusilánimes.

 

Con esta declaración de principios, con este decir ya basta con que se inicia este poemario, que no se escribe bajo los cánones del verso clásico, sino con la prosa poética que emana del pensamiento profundo de Cabrerizo, el periplo privado se convierte en universal y los lectores se sienten compañeros de viaje de la autora en su particular viacrucis. Un recorrido que todas las personas que trabajan o han trabajado han vivido de forma directa o indirecta y con el que enseguida se siente una identificada. El poeta catalán Joan Margarit en su poema Comentario de texto, incluido en su obra, Misteriosamente Feliz, nos recuerda que “La vida no es asunto ni cómodo ni cálido” Por el contrario, a fuerza de “impersonal y seca, es una combustión que puede en ocasiones confundirse con luz”. El caso es descubrirla, salir del profundo pozo en que a veces el miedo nos sepulta y descubrir el error que, como nos dice Maite en esta obra estaba en “palabras, en tratos y contratos que eran ponzoña/ sin sospechar/ sin saber/ que lo mío –lo nuestro, añado yo- era graciable (y desgraciable).

 

Una vez que se toca este fondo, surge la esperanza porque hay que seguir andando y echar la vista a lo auténtico y para ello nos lleva Maite al amor verdadero, el de sus padres, o al ingeniero emigrado marido de la portera de Benicassim, o “a los que andan y a los que nadan perdidos en oficinas mientras intentan demostrar que buscan trabajo activamente”.

 

Este libro es una obra necesaria para vencer las estadísticas del paro, para dejar de disfrazar con números la realidad de muchas personas que sufren; para dignificarlas; para que todos nos sintamos reflejados en ese espejo, porque como dice el fallecido poeta argentino durante años afincado en España, José Alberto Santiago, en su Disertación desde las sombras:

 

“…cada palabra es mucha gente –siglos de lengua,
historia sin cesar, eco de voces- sin contar a los otros
que en nuestra propia vida vamos siendo.
Siempre se escribe en nombre de otros.
porque cada palabra es mucha gente y el sentido sucede
en las palabras.

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