Regreso al cuarto de atrás

Libros de Martín Gaite

 

Recuerdo a Carmen Martín Gaite en el vestíbulo de los cines Renoir de Cuatro Caminos una tarde cualquiera en la década de los noventa. Contemplaba como yo las carteleras y parecía que esperaba a alguien. La reconocí por su melena blanca y su boina característica, una imagen que constituía toda una reivindicación de sí misma frente a los cánones y los patrones del común de las mujeres de su generación, de la que sin duda sobresalía y se encontraba a una gran distancia, igual que si hubiera nacido muchos años después. Eso es lo que traslucía de sus novelas, que yo había leído con fruición y que me hacían reflexionar sobre una realidad, la vida y el papel asignado a las mujeres, que como ella desde bien joven yo había cuestionado. Acababa de leer, ya no recuerdo, si La reina de las nieves o Irse de casa. Fue una década aquella en la que Martín Gaite de la mano de Anagrama colmó mis expectativas como lectora y adquiría cada nueva novela que publicaba.

 

Me hubiera gustado hablarle de todas estas cosas; sin embargo, presa de mi timidez, estuve luchando contra el estúpido sobrecogimiento que provocan las personas que admiras. Me arrepiento de no haberle dicho lo mucho que disfrutaba con sus libros, algo que ella hubiera agradecido pues, según leí posteriormente en una entrevista, Carmen disfrutaba hablando con sus lectores. Aquel día en el vestíbulo de los Renoir no se produjo la sorpresa ni saltó ninguna liebre porque yo misma lo impedí. Quienes hayan leído Nubosidad variable entienden esta frase con que Sofía Montalvo, una de sus dos protagonistas, define el encuentro con su amiga de la juventud, Mariana León.

 

En aquella ocasión yo vivía un momento crítico, pues llevaba algunos años renegando de mis deseos, lo que me producía una gran infelicidad. La literatura siempre ayuda, en mi caso podría decir que redime, enviándonos cargas de profundidad que se van depositando en los estratos del alma y que a su debido tiempo explotan y nos renuevan. La vida me había arrastrado, mis propias cadenas mentales me habían paralizado igual que al personaje de Sofía Montalvo, en el que bulle su deseo de escribir frente a la falta de confianza en sí misma. Ahora entiendo la carga de negación de nuestras capacidades que hay en todo ello. Pero eso es otra historia.

 

En esta semana que celebramos el Día del Libro rindo homenaje a Carmen Martín Gaite por haber sido la luz que nos iluminó en esos años en que, una vez conseguido el asentamiento de la democracia, las preocupaciones sociales se decantaban por el brillo del dinero y la posición y casi no se hablaba de los problemas de las mujeres, cuando todavía éramos minoría las que trabajábamos fuera de casa y ni siquiera se había acuñado el término conciliación. La brecha de género actual en la estadística de pensiones de la Seguridad Social refleja la situación laboral de aquellos años. Se hablaba de elegir entre los hijos y el trabajo y ello llevó a algunas mujeres a renunciar a tenerlos para ascender profesionalmente. A las que lo queríamos todo nos llamaban superwoman y sinceramente nunca me pareció un halago, porque implicaba cargar como siempre sobre nuestros hombros el cuidado de los hijos y de la casa.

 

Martín Gaite habló de las mujeres en una época en la que no constituíamos una moda literaria ni la sociedad en su conjunto se interesaba por nuestros problemas. Lo hizo desde sus inicios con su novela Entre visillos o en ensayos como Usos amorosos de la posguerra y lo siguió haciendo en su gran momento literario de los noventa con Irse de casa, La reina de las nieves, Lo raro es vivir, Caperucita en Manhattan y la mencionada Nubosidad variable, que fue la primera que publicó tras un largo periodo alejada de la ficción.

 

Martín Gaite nos mostraba una realidad en la que siempre descubríamos los cristales rotos o los pedacitos de papel que en cada una de sus novelas denunciaban una aparente existencia feliz que chirriaba. Hay en todas sus obras una trastienda, un cuarto de atrás, que va más allá de lo cotidiano y en la que se refugian sus protagonistas de ese mundo que les resulta tan hostil. Y en esa atmósfera, muchas veces sombría, se suele vislumbrar la esperanza de que la realidad que no nos gusta se puede cambiar o por lo menos se puede salir adelante, como hizo la escritora en los momentos más tristes de su vida tras la muerte de su hija.

 

 Siento un cariño especial por El cuarto de atrás, un canto a la imaginación, un ensayo sobre el oficio de escribir en el que Martín Gaite nos advierte -en palabras del visitante desconocido con el que dialoga en este libro- de que “la literatura es un desafío a la lógica, no un refugio contra la incertidumbre”.

 

En esta semana reivindico su figura literaria y os invito a releerla porque el tiempo no ha hecho mella en su obra y todavía tiene muchas cosas que decirnos. Precisamente ayer Pep Gorgori me recordaba la biografía, Una mujer en la fuga, escrita por Anna Caballé sobre la vida de Carmen Laforet, otra de las escritoras que en tiempos muy difíciles buscaron su lugar en el mundo literario, y con ellas es inevitable evocar a Ana María Matute. Tres escritoras que fueron niñas en la guerra y jóvenes en la dura y terrible posguerra, una generación a la que no hemos rendido el homenaje que se merece por resistir y ser ellas mismas contra viento y marea. Hay una foto de las tres juntas, con Martín Gaite en el centro, la imagen de tres autoras cuya talla literaria e intelectual, cuya profundidad de pensamiento merece que volvamos a leerlas. Ese sería el mejor homenaje.

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