Pecados de una escritora

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Clara Sánchez sitúa frente a las cuerdas a autores, editores y lectores en su última novela, Los pecados de Marisa Salas. Una visión ácida del mundo literario que debería gozar de mayor reconocimiento, pero la ironía, ese rasgo de las mejores inteligencias, no está de moda.

 

Sánchez, que recientemente ha leído su discurso de ingreso en la Real Academia Española para ocupar el sillón x, que dejó vacante Francisco Brines, sabe que esta profesión se va construyendo, como sucede con todas las actividades artísticas, a fuerzas de logros y frustraciones; de injusticias, de egolatrías y de envidias y con el apoyo a autores y obras que no lo merecen, pero aun así son encumbrados por sus editores a la fama y seguidos mayoritariamente por el público.

 

Lo bueno, lo literario, no es necesariamente lo que más vende, aunque hay autores y libros que felizmente aúnan estas dos circunstancias.

 

Una novela que incomoda

 

Los pecados de Marisa Salas es una novela incómoda que plantea muchas preguntas. Una cualidad que no está reñida con el disfrute de una obra escrita con maestría, llena de giros y algunos personajes muy bien trazados. Es decir, contiene todos los elementos que aprecia un espectro muy amplio de lectores.

 

La transformación de Marisa Salas se puede ver como un efecto de la venganza, pero sería quedarse en una visión muy superficial del personaje, cuando hay elementos como el paso del tiempo y el cambio de las circunstancias que dan una óptica diferente de lo que nos pudo haber sucedido y de por qué nos sentimos injustamente tratados.

 

Marisa Salas va más allá de un resarcimiento: consigue recuperar su autoestima. La víctima deja de serlo y se hace dueña de la situación, tiene la sartén por el mango. Contra lo que pueda parecer, sería muy simple reducir a la protagonista a la condición de vengadora, porque los otros personajes deciden libremente su destino y contribuyen con sus decisiones a que la vida ponga a cada uno en su sitio.

 

Qué queremos los autores

 

Quienes nos dedicamos a este oficio buscamos que nuestro trabajo guste y llegue al máximo de lectores. También es cierto que, en mayor o menor medida, según cada persona, hay un componente de vanidad y de egolatría, que hay quien considera propio de los artistas y que puede ayudar a la obtención del éxito y la remuneración social y económica que conlleva.

 

Esa es la espuma que rebosa de la copa de la minoría que triunfa de manera contundente, pero la realidad de la mayoría de los escritores es muy diferente. Escribir es una carrera de fondo, llena de obstáculos. Esos son los peldaños sobre los que se asienta el oficio y se construye una carrera literaria.

 

El mayor riesgo para quien escribe es el desánimo, la tentación de tirar la toalla. Suele suceder en los comienzos, pero también a lo largo de la trayectoria. En el polo opuesto y con consecuencias tan nefastas como el desánimo es obtener un triunfo demasiado temprano que supera sus expectativas, como nos muestra en la novela Carolina Cox.

 

Marisa y Carolina son dos autoras que representan el anverso y el reverso de la misma moneda. El mayor pecado de Marisa Salas es que no puede dejar de escribir y, por tanto, más allá del éxito necesita el reconocimiento de su trabajo.

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