Lecturas desasosegantes en las periferias de Ballbona y Enríquez

Ballbona

Un barrio en el extrarradio de la Ciudad de al Lado, un arrabal de Buenos Aires donde vivió el Petiso Orejudo, precoz asesino de nueve años, y mi recuerdo del Poblado de la UVA (Unidad de Absorción Vecinal) de Vallecas en Madrid, a principios de los años setenta, confluyen en mi pensamiento después de leer No estoy aquí de Anna Ballbona, que recibió el Premio Llibres Anagrama de Novella 2020.

 

Esta novela llegó a mis manos de manera fortuita, ni lo había pedido ni podía imaginar que me lo regalarían. Generalmente es difícil acertar cuando se compra para otra persona un libro, música o un perfume, porque se trata de objetos que mudan de naturaleza en función de quién los lee, los escucha o de la mixtura que forman con la piel sobre la que se vierten.

 

Este regalo inesperado —no había por medio ninguna celebración ni onomástica— aumentó mi curiosidad e hizo que finalmente su lectura constituyera un descubrimiento.

 

Historias que llegan de manera fortuita y excitan nuestra imaginación

 

Pasado un tiempo después de leerlo, que es cuando yo suelo traer a este Palabrario muchos de los libros que me han gustado, empecé a asociarlo con Cosas que Perdimos en el Fuego de la argentina Mariana Enríquez.

 

Debo advertir que estas asociaciones no responden a ningún criterio académico ni literario sino al poso que han dejado en mi recuerdo la lectura de estas dos obras tan distintas. Empezando porque No Estoy Aquí es una novela y Mariana Enríquez nos ofrece en el volumen citado una colección de relatos.

 

A ello se añadió, una experiencia personal en el poblado de la UVA de Vallecas y la sensación de inquietud que estos dos libros me produjo.

 

Ballbona y Enríquez crean literatura periférica que atraviesa las fronteras invisibles entre el centro de las ciudades y sus extrarradios. Muros de cristal que existieron y todavía, aun con las transformaciones que se han producido, existen.

 

La literatura atraviesa las fronteras entre el centro de las ciudades y sus extrarradios

 

Mariana Enríquez, cuyos relatos leí primero, me llevó a una ciudad muy distinta del Buenos aires turístico, tópico y conocido; me introdujo en un mundo suburbial lleno de islas de supervivencia que cuando llega la noche se pueblan de seres que vagan entre la realidad y la imaginación y que me inquietaron de una forma que no experimentaba desde que leía a Edgar Allan Poe en mi juventud.

 

La autora hizo con gran acierto que volviera a sentir inseguridad, desasosiego ante lo que no se puede explicar. No ante el fenómeno sobrenatural, como sucede en Poe, sino ante algo todavía más terrible: el efecto que produce la miseria en los seres humanos.

 

Arrabales en medio de la nada

 

Una atmósfera que una pintora plasmaría en negros con destellos de luz para destacar las manchas rojas sobre el pavimento, muy distinta de las frías gamas de grises y azules con que pintaría la novela de Anna Ballbona.

 

La autora catalana habla de esos barrios aledaños a las grandes ciudades que parecen estar en medio de la nada y me acerca a mi recuerdo de la UVA de Vallecas en los setenta, que hoy podría ser la Cañada real. Barrios en los que olía a gallinejas, los padres habían emigrado a la ciudad en busca de un trabajo precario con el que sacar adelante a sus hijos y en los que convivían el urbanismo de casas prefabricadas con las chabolas y la iglesia, como único edificio de ladrillo y refugio para agruparse, tomar conciencia de clase y buscar una salida para un futuro en el que hacía tiempo habían dejado de creer.

 

Sigo asombrándome con las vidas corrientes que encierran historias increíbles

 

Frente a la visión terrorífica de Enríquez y mis recuerdos teñidos de oscuro, la historia que cuenta Ballbona incide en el afán por vencer las fronteras invisibles, por cumplir de alguna forma, aunque sea muy distinta de cómo lo imaginaron, el sueño destrozado de los abuelos.

 

Me pareció terrible que el barrio de Ballbona no fuese un lugar improvisado por los que fueron llegando, sino un pueblo que la Ciudad de al Lado había ido marginando y deglutiendo, cercándolo con la frontera, y esta si es real, que crea una autopista. Sigo asombrándome cada día con todas esas vidas aparentemente corrientes que encierran historias increíbles.

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