Una biblioteca llena de recuerdos es nuestra existencia. La biblioteca de Haruki Murakami en su novela Kafka en la orilla (@TusquetsEditor, 2006) es una metáfora sobre las vivencias que guardamos en los anaqueles de nuestra memoria hasta el fin de nuestros días. Un blog como este o cualquier otro también conforman nuestro archivo vital.
El autor japonés nos sitúa en sus obras en el límite de la realidad, igual que nuestro pensamiento evoluciona, moldea, transforma y reinventa los recuerdos de las historias vividas. Perder la memoria es una gran desgracia porque es lo más parecido a dejar de ser.
Había leído en el momento de su publicación 18Q4 y La muerte del comendador, pero no Kafka en la orilla, editado años antes que los anteriores. He disfrutado con la misma intensidad que con las otras dos citadas novelas del autor japonés, a quien cada vez que leo siento la sensación, que diferencia a los grandes escritores del resto, de estar participando de la literatura en su más pura acepción.
Mundos paralelos
Las realidades paralelas en que se desenvuelven sus personajes me trasladan a la esencia misma de la creación literaria. En Kafka en la orilla, Murakami guía a su biblioteca a un joven de quince años. Como en sus otras novelas hace que pase sin solución de continuidad por ese límite invisible entre lo ilusorio y lo real hasta el punto de que a veces, lo que se sitúa en la esfera de lo imaginado cobra más fuerza que lo material.
Esto hace que en algunos momentos me sienta imbuida de la incertidumbre por la que transitan los personajes de la novela ante el temor a no saber regresar, si atravieso con ellos ese espejo que Lewis Carroll puso ante los ojos de Alicia o de sumergirme en la locura que llevó al hidalgo de la Mancha a armarse caballero.
Realismo mágico oriental
Detrás de cada novela de Murakami apreciamos el trabajo sólido, reflejo del vasto bagaje cultural del autor nipón para quien no existen las barreras de desconocimiento que tantas veces se aprecian entre Oriente y Occidente. Consigue la máxima calidad y nos enriquece con su saber, su ironía y la poesía que encierra su prosa.
En esa convivencia entre lo insólito y lo cotidiano, Murakami evoca el realismo mágico de su admirado Gabriel García Márquez. Una nueva prueba de que culturas que se consideran muy diferentes pueden ser más cercanas de lo que pensamos.
Después de haber leído las líneas precedentes se puede entender que los lectores de Murakami nos preguntemos por qué todavía no le han concedido el Nobel de Literatura. Es otro de los eternos aspirantes, reconocido por el público, pero desatendido por la Academia sueca. Es posible que sea demasiado profundo e imaginativo para estos tiempos de frivolidad y autoficción.