Ironía contra los maximalismos

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En estos tiempos en los que los criterios maximalistas se imponen, o por lo menos se vocean más, conviene reflexionar sobre la incidencia que estas actitudes tienen sobre los individuos y las sociedades. Un caballero en Moscú de Amor Towles, nos da la eficaz receta del conde Rostov para tamizar tanto ruido con una buena dosis de ironía.

 

La reedición de novelas que van más allá de modas y productos meramente comerciales es la forma en que algunos editores plantan cara a la inercia del mercado, porque creen que la buena literatura no tiene una existencia efímera y sigue enganchando a los lectores.

 

Las cuatro décadas, desde los años veinte a los años sesenta del siglo pasado, que el protagonista de Un caballero en Moscú permanece confinado en el Hotel Metropol de esa ciudad, nos permiten asistir desde la óptica perspicaz y tolerante del protagonista, el conde Alexandr Ilisch Rostov, al devenir de la Unión Soviética. He de advertir que no es una novela histórica, ya que el personaje es la novela.

 

Una mirada inteligente sobre un telón de fondo de deportaciones, condenas e injusticias que se vive fuera de las paredes del hotel donde convivieron jerarcas de la Unión Soviética, legaciones extranjeras, corresponsales y artistas, unida al deseo de sobrevivir sin perder la esperanza.

 

La receta de Rostov

 

Mientras leía esta novela, que me regaló una buena amiga y también buena lectora, me identifiqué bastante con ese afán del protagonista de digerir el dolor, la pérdida y la frustración ante la injusticia analizándolos bajo una perspectiva irónica. Posiblemente el único recurso que le queda al conde Rostov para no amargarse por el resto de su existencia.

 

Hay muchas formas de sobrevivir a las circunstancias adversas, a un mundo que no entendemos. No se trata de ignorar la realidad ni de disfrazarla. El medio que tenemos para no perder esa esperanza y subsistir sin engañarnos es no perdiéndonos nosotros mismos, como hace el personaje de Towles.

 

A veces, como el conde Rostov, me siento en una jaula de oro, en un mundo que ha enloquecido y ha despertado a los cuatro jinetes del apocalipsis, en el que como hace apenas un siglo repetimos los mismos errores ignorando las lecciones de la Historia y dejamos que se imponga la ley del más fuerte.

 

Hacer bandera de la tolerancia y el respeto

 

La narración es tan amable como los modales de este caballero, cuya infancia y juventud transcurrió en San Petesburgo, Moscú y París, un aristócrata que no estuvo de acuerdo con las injusticias de la época zarista ni tampoco lo está con las de la época soviética.

 

Un personaje alejado de los totalitarismos de toda índole que en un abrir y cerrar de ojos pueden cambiar un estilo de vida y los valores de una sociedad. En esas circunstancias, algunas personas, abrumadas por la locura que les rodea, se encierran en sí mismas y se limitan a sobrevivir, a amargarse. Otras se reinventan y toman fuerzas de las amistades que forjan con otros seres humanos sometidos a las mismas presiones. No pierden el norte de su brújula y siguen haciendo bandera de la tolerancia y el respeto.

 

De esta forma, sale adelante una buena parte de la gente que vive y trabaja en el Metropol, después de aceptar que todo lo que eran, la vida que tenían, ha quedado atrás y hay que seguir adelante, cuando mirar atrás produce melancolía y el futuro está lleno de incógnitas.

 

Una novela que no se olvida

 

Pese a lo sombrío que puede parecer el panorama que plantea esta novela, el resultado no puede ser más opuesto. La fortaleza de ánimo de Rostov para sobreponerse a las circunstancias es lo que permite a los lectores tener en todo momento una sensación de bienestar, que viene dado por el estilo con que está escrita, otro de sus grandes aciertos.

 

Towles establece una conexión total entre el narrador y el protagonista. Se diría que el alma del personaje impregna el estilo narrativo y en cada frase percibimos la mirada irónica con que contempla el paso de los días.

 

Un caballero en Moscú es una de esas novelas que no olvidamos y que nos reconcilia con nuestros semejantes. También nos recuerda  el buen hacer y el don que algunas personas poseen para que un argumento se convierta en buena literatura.

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