Entretener y confundir

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Entretener, confundir y decir a los votantes lo que quieren escuchar es el propósito de la candidata a las elecciones generales que protagoniza la novela Queridos niños de David Trueba. Un relato esperpéntico de los políticos y de los ciudadanos que nos debería inducir a reflexión.

 

La novela de este autor y director de cine, que no necesita presentación, cuenta las andanzas de una candidata y su equipo de campaña durante las tres semanas que preceden a unas elecciones generales. Trueba nos embarca en el autobús con el que recorren España, junto al séquito de periodistas que cubren la información de ese partido.

 

Ficción muy real

 

Los personajes y los partidos que se mencionan son tan ficticios como reales. En esta historia, no importa tanto con quién identificar a los protagonistas como lo que dicen y lo que hacen, cuyo análisis no deja títere con cabeza sin que por ello el autor caiga en simplicidades, pierda la elegancia narrativa o se deje arrastrar por tópicos manidos.

 

El narrador se encarna en un periodista elegido para elaborar los discursos que la candidata dará en sus mítines. Una mujer, poco conocida y designada por su partido para apartarse de la imagen de escándalo y corrupción con que pueden atacarlos sus adversarios.

 

La importante labor del personaje que definirá los mensajes que se van a transmitir recae en este periodista que se define a sí mismo como «corrupto, ventajista y ególatra», aun cuando sus palabras vayan derivando en cierta melancolía por lo que se podría hacer y no se hace. En el fondo, desea que su jefa, a quien admira y por la que se siente atraído, sea distinta y pueda cambiar las cosas.

 

Esperpento político

 

Como en un esperpento valleinclanesco todos nos sentimos parte de la historia e interpelados por una realidad que criticamos tanto como aceptamos. Somos como esos Queridos niños, objeto de los desvelos de la candidata a los que trata y se comportan como ciudadanos menores de edad.

 

Los políticos de cualquier signo saben, según vamos viendo en esta ácida narración, que a los niños hay que mimarlos y contentarlos y nunca, bajo ningún concepto, dejar que sientan que sus representantes no son sino una parte de ellos mismos.

 

Descarnadamente la novela nos pone a todos contra las cuerdas, porque nos lleva a la conclusión de que, si hay corrupción, si la política ha perdido su sentido noble para convertirse en un espectáculo de lucha por el poder, es porque la ciudadanía lo ha consentido. Por eso es posible comparar, como hace el narrador, la política con el teatro donde todo es «cartón piedra, calcetines agujereados y ropa vieja».

 

Ironía para canalizar la rabia

 

Resulta inquietante por su vigencia la cita de Tomás Moro –Utopía, 1516– que precede al inicio de la tercera semana de campaña en la novela: «Cuando considero los sistemas sociales que predominan en el mundo moderno, no puedo ver en ellos, sean cuales sean, más que una conspiración de los ricos».

 

La lectura de Queridos niños nos arranca muchas sonrisas que se vuelven amargas al mirarnos en el espejo cóncavo con que el autor observa la realidad, un esperpento que produce vértigo. Con fina ironía, una cualidad que no abunda pues exige agudeza intelectual y también suele irritar a los «queridos niños», David Trueba canaliza la rabia contra la mediocridad y la corrupción que socaban la democracia.

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