Juan de Urbieta es la calle de Madrid donde viví mis primeros años. Hoy pasé por allí y comprobé que en alguno de sus comercios todavía late mi pasado. El ebanista de la tienda de antigüedades ralentiza el tiempo, cuando barniza en la calle. Le observo discretamente, me da paz, la misma que sentía cuando jugaba en esa calle con cinco o seis años, .
Por entonces empecé a contemplar la realidad y transformarla, según mi particular imaginario. No lo sabía, pero ya llevaba dentro la semilla que me haría escritora. Faltaban muchos años y mucho que aprender para poder dar forma con palabras a ese mundo interior que había en mí. Eso es ser escritor: moldear con palabras los sentimientos y los pensamientos que portamos; compartir con los demás nuestra visión del mundo, y darles sobre qué pensar. Para conseguirlo se necesita oficio y esto solo se consigue con trabajo duro y perseverancia.
Esto es lo que hay detrás de cada libro, algo más profundo que las ferias, campañas y celebraciones. No dudo de que son necesarias siempre que no olvidemos que en cada libro que compramos nos llevamos un trocito del autor, de su creatividad y de su visión del mundo.
En esta particular celebración del día del libro agradezco a mis editores Toni Alcolea y Loli Lara, de Olélibros; Belén y Xosé Manuel López, de Baia; Ricardo Artola, de Arzalia, Verónica Fajardo, de Penguin Random House, y Jesús Espino, de Akal, que hayan confiado en mí y que me hayan acompañado en mi trayectoria de escritora. Hago una mención especial a Antonio Basanta, mi primer editor en Anaya, que siempre desde hace más de treinta años ha estado cuando lo he necesitado.
Gracias a mis lectores y a todos los que queráis sumaros a mi aventura. Os deseo un año de buenas lecturas. Feliz día del Libro.