Del mal que habita en nosotros

1 Tango en el Café de los Angelitos

Los siete locos es una novela del escritor argentino Roberto Artl (1900-1941) con la que completo mi viaje a Buenos Aires. Cualquier país es más que sus paisajes y sus gentes, es también su producción literaria y artística.

 

De la mano de Artl recorro la ciudad de Buenos Aires y me uno con palabras de Julio Cortázar, al personaje de Remo Erdosaín en su “interminable rondar al borde del abismo central en el que ha de precipitarse”.

 

El consejo de una amiga

 

Antes de iniciar mi viaje a Argentina pedí a Carmen Estirado, directora de la revista literaria La gran belleza, que me aconsejara sitios y lugares que visitar en Buenos Aires. En la larga lista de recomendaciones que elaboró para mí, me indicaba que divagara y me perdiera en las numerosas librerías de esta ciudad. Todo un placer en una urbe en la que en cualquier parte se puede encontrar una librería. Antes de despedirnos, me recomendó que, si no lo había hecho leyera a Ernesto Sábato o a Roberto Artl.

 

A Sábato lo conozco sobradamente, pues fue uno de los autores que iluminaron mis primeras lecturas junto a Julio Cortázar. Sin embargo, no había leído al segundo. “Te recomiendo Los siete locos”, me dijo. Me intrigó este autor que, a pesar de ser un clásico en las letras argentinas, quizás no ha tenido el reconocimiento que merecía. Procedente de una familia que emigró de Europa, Artl responde a las características del escritor maldito y transgresor.

 

Tras los pasos de Artl

 

Al poco de iniciar el viaje adquirí Los siete locos en una librería argentina y enseguida, animada por su lectura, compré la primera novela del autor, El juguete rabioso. Comencé así un viaje dentro del propio viaje al Buenos Aires de los años veinte y treinta del siglo pasado. Una década de opulencia y desigualdades que refleja fielmente la novela, que se desarrolla a ritmo de tango carcelario y doliente.

 

En este ambiente, el inventor Remo Endorsaín deambula entre las gentes marginales que pueblan las calles y los lupanares porteños. Tipos que hablan lunfardo, la jerga bonaerense, que, a veces, hace detenerse al lector para reflexionar sobre el significado de una palabra. No es un obstáculo que frene el ritmo de lectura. No se entendería esta novela si Artl, que fue muy criticado por su realismo, la hubiera escrito de otra forma.

 

Dos autores como Julio Cortázar y el chileno Roberto Bolaño, a los que admiro profundamente, se sienten deudores y herederos de su escritura. El propio Cortázar lo reconoce en el prólogo que escribió para la edición de las obras completas de Artl en 1981, cuando dice que el autor de Los siete locos le “precedió en la vida catorce años y yo le he sucedido a lo largo de treinta y ocho”.

 

También con motivo de una edición chilena este año de la obras de Artl, el autor y editor, Antonio Díaz Oliva, asegura que “El dúo de novelas, Los siete locos/Los lanzallamas es como Los detectives salvajes” de Bolaño.

 

Viaje a los infiernos

 

Con Remo Erdosaín nos asomamos al lado oscuro del alma humana, al mal que habita en nosotros. No de forma fortuita, sino producto de una vida de miseria, desprecio y humillación como la que ha tenido este personaje que asegura:

 

“Existo así, como negación. Y cuando me digo todas estas cosas no estoy triste,           sino que el alma se me queda en silencio, la cabeza en vacío. Entonces, después de ese silencio y vacío me sube desde el corazón la curiosidad del asesinato”.

 

Este personaje concluye que la única forma de superar el menoscabo que padece, de encontrar la paz y de ser recordado por todos es cometer un asesinato. Muchos años después de que Artl publicara su novela, el irlandés John Banville escribió una trilogía, en la que otro asesino, Freddy Montgomery, también nos cuenta las razones que le impulsaron a cometer un crimen.

 

Ambos son unos pobres diablos, humillados por la vida. “Remo Erdosaín –dice el narrador– encerraba todo el sufrimiento del mundo”. Tanto Montgomery como Erdosaín se consideran uno monstruos, en el caso del argentino el infierno en que vive es aun mayor por la conciencia que tiene de lo reprobable de sus actos.

 

Dominar con la mentira

 

El peregrinaje del protagonista de Los siete Locos le lleva hasta el Astrólogo, un iluminado que admira tanto a Lenin como a Mussolini, cuyo propósito es hacer su fortuna y dominar la sociedad a través de la mentira dándole a lo falso la apariencia de cierto convirtiéndolo todo en un gran prostíbulo. Para ello, se rodea de unos lugartenientes, que son proxenetas, timadores, asesinos, cuya misión es establecer una nueva sociedad que reimplante la religión como instrumento de dominio y consuelo de las masas.

 

La definición de las mujeres y su uso como mercancía por parte de otro de los personajes, el Rufián Melancólico, es una de las más brutales, directas y machistas que he leído en una novela.

 

En contraposición, hallamos a la prostituta Hipólita, que dice que ha encontrado en su oficio la forma de liberarse de su cuerpo y define dos tipos de hombres: “Los débiles, inteligentes e inútiles, y los otros, brutos y aburridos”.

 

Concluyo con las palabras de Cortázar mi visita por ese “fondo de calles porteñas iluminadas o entenebrecidas por los pasos de Remo Erdosain, guía mayor en esta visión abismal de un Buenos Aires que los otros escritores de ese tiempo no habían sabido darme”.

Foto: Espectáculo de tango en el Café de los Angelitos (noviembre 2021) ©P. Montoliú

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