Novelas contra las verdades absolutas

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Sergio Ramírez, premio Miguel de Cervantes 2018, que tan bien denuncia con sus novelas la situación en Nicaragua, dijo en su discurso de aceptación del galardón que “una novela es una conspiración permanente contra las verdades absolutas”. @sergioramirezm reconoce que el oficio de escritor da una libertad que no tiene el historiador, que debe sustentar lo que afirma”, mientras que la única responsabilidad de los escritores es conseguir que el lector crea que todo lo que se dice en la novela es verdad.

 

Aun así, la narración nos acerca al microcosmos de la toma de decisiones y a intuir por qué razón unas personas pudieron actuar de una determinada forma. Eso lleva a los novelistas a reconstruir personajes históricos, junto a otros ficticios, a partir de situaciones y hechos contrastados; a recrear una determinada atmósfera política o social, y a conocer el pensamiento y hasta el sentir en un determinado periodo.

 

                        La historia con la ayuda de la literatura

                        se hace más cercana y comprensible

 

Quien escribe una novela transporta a sus lectores a la época en que transcurre la narración y les ayuda a comprender el comportamiento de sus personajes. Así el devenir histórico con la ayuda de literatura se convierte en algo cercano y comprensible. Incluso permite analizar qué motivos espurios apartaron del foco de la historia determinados sucesos.

 

El Nobel Mario Vargas Llosa es un admirador de la obra de Sergio Ramírez y, en concreto, de su novela, Adiós Muchachos, en la que el autor nicaragüense relata la revolución sandinista y su ocaso desde la experiencia propia. A ambos autores les une la pasión por la historia del continente americano en el turbulento siglo XX.

 

@Mariovargasllo sigue haciendo honor a esta tradición, que es una constante en toda su obra, en su última novela, Tiempos recios. El Nobel nos cuenta una historia apasionante sobre el inicio de la política de intervención de Estados Unidos en el centro y sur de América y su patrocinio de sangrientas dictaduras militares para defender los intereses económicos de sus empresas y alentar la Guerra Fría. Debo recordar que los gobiernos de Gran Bretaña y Estados unidos ya se habían estrenado en este “deporte” con las dictaduras de Franco y Oliveira Salazar, a las que dieron apoyo y estabilidad.

 

                        Tiempos recios se ciñe tanto a los hechos

                        que, a veces, parece un reportaje

 

Tiempos recios —me encanta este título tomado de Teresa de Ávila— es una reivindicación de la figura de Jacobo Árbenz, que quiso mejorar la desigualdad en Guatemala, pero chocó con los intereses de la United Fruit Company y de los medios norteamericanos que lo tacharon de comunista.

 

A diferencia de anteriores novelas sobre una temática que apasiona al autor peruano, está última creación se distancia de otras porque se ciñe tanto a los hechos, que a veces parece un reportaje bien escrito. Disfruté más con El sueño del celta o La fiesta del Chivo, con la que Tiempos recios guarda una estrecha relación, ya que aparecen también el dictador dominicano, Leónidas Trujillo, y su esbirro, Johny Abbes.

 

Puede que literariamente de más juego un déspota como Trujillo, que el nicaragüense Castillo Armas, un dictador gris y hermético, pero el mérito del Chivo es que a través del personaje ficticio de Urania Cabral conocemos de forma cristalina la crueldad que la dictadura de Trujillo ejerció sobre las mujeres, en particular, y sobre toda la sociedad dominicana, en general.

 

Según unas declaraciones del propio Vargas Llosa, “el sexo era para Trujillo uno de los símbolos del poder, de su virilidad, valor supremo para una sociedad machista; por tanto, la mujer era realmente un objeto del que se disponía: los padres regalaban sus hijas a Trujillo, éste infligía a sus colaboradores más cercanos esa humillación de acostarse con sus mujeres… muchas veces simplemente para mostrar su poderío, su autoridad, sobre algunos de ellos”. (Entrevista de Diego Barvabé a Vargas Llosa, publicada en Perspectiva, 1 de mayo de 2000, Buenos Aires).

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