El World Economic Forum que hoy comienza en la ciudad suiza de Davos plantea como eje central de esta edición el desafío que representa para el desarrollo de la humanidad la inteligencia artificial. No hay duda de que es un asunto de primer orden. Sin embargo, surge la duda sobre la repercusión que puedan tener las conclusiones a las que se llegue, al igual que sucede con las de tantas cumbres y organizaciones internacionales, cuya pérdida de influencia es notoria.

 

La cuestión es quién controla el desarrollo de la IA. Junto a ello se cierne el hecho de que el modelo de capitalismo que representaba el foro de Davos está dejando paso a una nueva era en la que, si no lo remediamos, nos dirigimos a una concentración de poder y riqueza en muy pocas manos.

 

Esto ya es un hecho. La sesión inaugural del foro coincide con el ascenso al poder en Estados Unidos de un millonario convicto, rodeado de una corte de tecnomillonarios, algunos de los cuales no han dudado en cambiar de criterio para rendirle una impúdica pleitesía.

 

De los barros de la crisis de 2008 vienen los lodos que poco a poco van impregnado nuestras democracias. Empecé a escribir mi novela Tres citas en Davos, a raíz de aquella crisis, cuando muchos comprendimos que nos enfrentábamos a una nueva situación distinta de otras que habíamos conocido y que desembocó en uno de los mayores torpedos que se puede tirar contra la democracia: la concentración de riqueza y de poder aludidos anteriormente y el aumento vertiginoso de la desigualdad, con la consiguiente reducción de las clases medias.

 

No es una novedad lo que digo, creo que hay muchas personas, profesionales de distintos ámbitos, conscientes de lo que todo esto implica. A veces me pregunto, si como le debió pasar a nuestros abuelos y bisabuelos cuando vieron ascender al poder a personajes como Hitler y todos los dictadores de aquella época no sintieron una gran impotencia ante la locura colectiva que se había apoderado de su entorno.

 

No vale decir luego que no lo sabíamos, que no vimos las señales ni ese odio manifiesto contra las mujeres y contra cualquier reivindicación de un mundo mejor para todos tan opuesto a sus intereses. Lo sabemos y las declaraciones que sin ningún pudor realizan estos tipos son evidentes.

 

Para vencer este sentimiento de impotencia, los escritores penetramos a través de la ficción en los deseos y las pasiones que mueven a los seres humanos; desvelamos la avaricia, la sed de poder y corrupción de algunos, como le sucede a los personajes de Tres citas en Davos.

 

Nos queda la palabra, a pesar de que se intente tergiversar su sentido y el bulo y la mentira campen a sus anchas.